viernes, 26 de junio de 2009

El cigarro.

- ¿Qué pasa? – le pregunté.
- Es que me ha vuelto a llamar Rita, que aún está un poco mal. Me voy a ir a su casa a pasar la tarde, ya que no puedo irme por la noche a cenar con ella fuera porque ya veo la que montáis en un momento.
- Lo siento. No fue idea mía lo de la cena.
- Ya lo sé, nena. Bueno, pues eso, que me voy, ¿vale? No sé a qué hora vendré, pero no te preocupes que para la cena ya estoy aquí.
- De acuerdo mamá. – le di un beso en la mejilla.

Cerró la puerta. Encendí de nuevo la radio. Mi canción ya había acabado. “Que pena”, pensé, “con lo que me gusta a mí esa canción”. Dejé la radio encendida mientras sacaba los deberes que me habían mandado para el día siguiente. Me puse encima de la mesa y empecé a hacerlos.
Alguien tocó de nuevo a la puerta. “Adelante” contesté. Era Isaac.
- Leire, ¿me dejas la calculadora? Es que estoy haciendo los deberes de matemáticas, y no encuentro la mía. No sé donde la habré dejado. – dijo mientras se tocaba la cabeza.
- Claro. Cógela. Está en el bolsillo pequeño de mi mochila.

Isaac cogió mi mochila y la puso encima de la cama. Entonces me acordé. ¡El cigarro! Aún estaba ahí el cigarro que me había dado Fanny. No había escapatoria.
- ¿Y esto? – me giré hacia la cama. En efecto, llevaba el cigarro en la mano.
- Es que Fanny me ofreció uno y por no hacerle el feo, lo cogí y lo metí en la mochila.
- ¿Me lo puedo fumar? Porque tú no lo vas a querer, ¿no? – me preguntó mientras arqueaba una ceja.
- Claro que no. – la verdad es que había pensado en algún día fumármelo, pero más que nada por la experiencia. Sacó un mechero de su ajustado pantalón vaquero y se lo encendió en mi habitación. – Deberías de dejar de fumar, Isaac. No es bueno, y lo sabes.
- Claro que lo sé, pero no puedo. Ya estoy demasiado enganchado. – le dio una calada. – Además, es que no quiero. Y cuando estás de fiesta, apetece que da gusto.
- Ya, ya lo sé. – contesté sin darme cuenta a lo que decía.
- ¿Cómo que ya lo sabes? ¿Lo has probado? – me preguntó intrigado.
- ¡No! – respondí ofendida.
- ¿Quieres probarlo? – me ofrecía el cigarro.
- Mmm… - no sabía que contestar.
- Venga, sé que quieres probarlo. No pasa nada, no se lo voy a contar a mamá. Y qué mejor que probar el tabaco con tu propio hermano.

Cogí el cigarro. Me puse la boquilla en mis labios y absorbí para dentro. El humo me paso por la garganta e hizo que tosiera. El humo salió por mi boca a trompicones. Isaac soltó una carcajada.
- ¿Te gusta? – me preguntó.
- ¡No! Está asqueroso. – y era la verdad.
- Bueno, ya lo has probado. Y como sabes que no te gusta, no vuelvas a fumar, ¿vale? – me cogió el cigarro de la mano y le pegó otra calada.
- Por cierto, Isaac…
- Dime.
- ¿Vas a ir el sábado al campo de los abuelos de Edgar?
- Claro. Eso no me lo pierdo por nada del mundo. Ya fui a la barbacoa que hizo el año pasado, y fue alucinante.
- ¿Sí? ¿Y qué hicisteis? – pregunté algo intrigada.
- A parte de beber, comer, fumar…poco más, la verdad. Nos lo pasamos demasiado bien. Va muchísima gente, ya verás. Se monta una buena.
- Me ha dicho Cynthia que me lleve bikini que allí tiene una piscina.
- ¡Ah! Si, es verdad. Y menuda piscina tiene. Es impresionante.
- Vaya… - dije sonriendo.
- Te lo vas a pasar genial. Y querrás repetir todos los fines de semana. – se levantó de la cama, abrió la ventana y tiró la colilla del cigarro por ella. – Yo me voy a mi cuarto a terminar de una vez los malditos problemas de matemáticas. Hasta luego.
- Adiós Isaac. – cerró la puerta.

Seguí con los deberes que estaba haciendo, aunque me costó bastante concentrarme ya que Isaac me había distraído. La música seguía sonando, pero ahora podía oír una canción lenta, de amor. Cambié de emisora. Ese tipo de canciones no me gustaban demasiado, prefería aquellas que eran marchosas y con ritmo.

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