miércoles, 11 de noviembre de 2009

Problemas de matemáticas

Después de llegar a casa, y de comer, me subí a mi cuarto a hacer los deberes. La profesora de matemáticas nos había mandado una página entera de ejercicios. Ese día se había pasado.
Cuando me puse a hacerlos, oí que alguien llamaba a la puerta de mi habitación, e Isaac pasó.
- ¿Qué quieres? – le dije.
- Es que me acaba de llamar Edgar, y me ha dicho que viene hacia casa. Que no entiende unos problemas de mates y quiere que se los expliques.
- ¿Y por qué no me ha llamado a mí?
- Porque sabía que le ibas a decir que no viniera. – ¡qué razón tenía!
- Pues paso de explicárselo. – no quería tenerlo en mi cuarto.
- Leire, ayúdale. Sabes que se le dan muy mal las matemáticas, y tú eres una máquina. Piensa en él como un amigo, no como el chico que te gusta que se ha liado con tu enemiga.
- Vale, Isaac. No hace falta que me lo recuerdes todos los malditos días.
- Lo siento. – cerró la puerta.

Yo no quería explicarle los problemas. Además, ninguno de los dos iba a estar a gusto. Sabía que Edgar venía como excusa para hablar conmigo, no para que le explicara los ejercicios de mates. Alguien volvió a llamar de nuevo a mi puerta, pero el que apareció detrás de ella no fue Isaac, sino Edgar. Me levanté de la silla y le hice pasar. Él, con la cabeza agachada, dejó su mochila en el suelo y se sentó en la cama.
- Leire, necesito que me ayudes con los problemas de mates.
- ¿Es que no sabes apañártelas tú solito, o qué?
- Está claro que no, porque sino no hubiera venido.
- Anda, coge las cosas y ven aquí al escritorio, que ahora mismo estaba haciéndolos.
- Gracias. – me sonrió. Yo no le devolví la sonrisa.

Durante un buen rato le estuve explicando los problemas de matemáticas, pero en una de las veces en las que él estaba intentando hacer uno solo, empezó a hablarme de la fiesta del sábado.
- ¿Entonces te lo pasaste bien?
- Sí, me lo pasé estupendamente. – claro que me lo pasé bien, pero hasta que vi que él se estaba liando con Fanny.
- Me alegro. Oye… - dijo al cabo del rato. – Esta mañana he estado hablando con Fanny.
- Ya lo sé, os he visto.
- Si, estaba hablando con ella de lo que me dijiste tú ayer por el Messenger. Me ha dicho que es verdad, que si que me lié con ella. Pero para mí no significó nada, en serio. No estaba en condiciones, y es como si no hubiera pasado.
- Ya, pero ha pasado. Y el pasado no se puede cambiar.
- Lo sé.

Seguimos dando clase como si la conversación que acabábamos de tener no nos hubiera afectado a ninguno de los dos, aunque eso no era cierto. Yo estaba muy distante con él, y Edgar no sabía de qué hablar.
Cuando acabé de explicarle todos los ejercicios de matemática, bajamos los dos a la cocina a beber algo. Yo estaba muerta de sed. Me cogí una coca-cola. Le pregunté a Edgar que era lo que le apetecía, y él me contestó que tan solo un vaso de agua fresca. Le dije que se sirviera él mismo. Saqué también un paquete de papas.
- Leire, por favor, necesito que me vuelvas a hablar en clase. – me pidió mientras cogía una papa de la bolsa.
- No sé, Edgar. Ya veremos. Aunque me hayas dicho que para ti no fue nada… Me cuesta creérmelo. Y más viniendo de ti.
- ¿Qué quieres decir con eso? – preguntó algo mosqueado.
- Joder Edgar, ya lo sabes. Eres de esos chicos que te da igual con que chica estar. Además, la que quieres la consigues fácilmente. Y no me digas que no, porque no te creería.
- Pues sí, soy de esos chicos, para que te voy a mentir. Siempre he tenido la chica que he querido. En eso no he tenido problema.
- ¿Lo ves?
- Sí, pero parece que ahora la chica que quiero, se me está resistiendo. – me cogió la mano que tenía encima de la mesa y le dio un beso.
- Y más que se te va a resistir.
- ¿Y eso por qué? Sé que desde siempre te he gustado. Me he dado cuenta de las miradas que me echabas en clase, de las veces en las que venía aquí a tu casa a ver a tu hermano siempre te metías en tu habitación porque te daba vergüenza hablar conmigo…
- ¡Oh dios mío! ¿Siempre te has dado cuenta de eso? ¡Qué vergüenza estoy pasando en este momento!
- Pues no sé por qué. – me cogió de nuevo la mano que tenía encima de la mesa, pero esta vez no me la soltó. – Pero lo que tú no sabes es que siempre me he sentido atraído por ti.
- Imposible, Edgar. Tú siempre has pasado de mí. Ni una simple mirada en clase, ni un simpático “hola” al verme… ¡nada!
- Aunque te parezca mentira, me gustabas tanto que no era capaz de hablar contigo. Siempre he querido desde hace años acercarme a ti y conocerte, pero nunca he tenido el valor suficiente.
- ¿Tú? ¿Valor? No me lo creo. Si eres tú siempre el que entras a una chica si te gusta.
- No, estás equivocada. Yo entro a una chica si ésta me parece guapa, simpática y atractiva. En cambio, si me gusta, soy el chico más tímido que conocerás. – me quedé prendada de sus ojos en ese momento. Quería averiguar si mentía o no, pero su mirada transmitía sinceridad… o mentía muy bien.
- No sé, Edgar. En este momento estoy un poco confundida. Déjame un par de días para recapacitar y pensar en todo esto que me has dicho de sopetón. – él asintió.

Se levantó de la mesa, y después de ayudarme a recoger todo lo de la mesa, se despidió con un beso en la mejilla y se marchó.

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