martes, 16 de febrero de 2010

Con ojeras.

Abrí un ojo. Después el otro. Toda la habitación estaba a oscuras, aunque por una rendija de la persiana podía ver un rayo de luz que intentaba colarse en mi habitación. “Ya es de día” pensé. Me di la vuelta y miré el reloj del móvil que estaba encima de la mesita de noche. Marcaba las doce de la mañana.
Me levanté de un salto. Nunca solía dormir tanto tiempo. Normalmente era de las primeras en levantarme en casa, pero ese día se me habían pegado las sábanas.
Me miré en el espejo que tenía en mi habitación. Delante de él estaba yo, recién levantada, con el pelo alborotado y ojeras de no haber pasado una buena noche. Me había costado mucho poder conciliar el sueño, aunque por fin lo logré cerca de las tres y media de la mañana.
Entre trompicones salí de la habitación y me fui al cuarto de baño a lavarme la cara y a despejarme. Allí estaba Carla peinándose, y haciéndose diferentes peinados para esa misma noche.
- Ese no me gusta mucho.- le dije mientras me secaba la cara. Se había hecho una coleta en lo alto de la cabeza.
- ¿Enserio no te gusta? Vaya. A mí era de los que más me han gustado.
- Pues no, eso no te lo hagas. Te quedaría mejor si te plancharas el pelo y te recogieras el flequillo hacia atrás dejándote una especie de tupé.
- ¿Tú crees? – preguntó mientras se soltaba la coleta.
- Si. Además, te pega con la ropa que vas a llevar esta noche.
- Gracias, Leire. Parece mentira lo que nos está ocurriendo, ¿verdad? Antes nos llevábamos a matar, y ahora parece que nos caigamos bien y todo. – soltó una pequeña risotada.
- Carla, tú a mí nunca me has caído mal. Además, eres mi hermana.

Carla guardó las cosas del pelo en su cajón del baño y se fue. Me quedé mirándome al espejo. La verdad es que tenía una cara espantosa. Debería utilizar mucho maquillaje esa misma noche para poder tapar todas esas ojeras, que casi podía pisármelas.
Salí del cuarto de baño y me fui directamente a la cocina a tomarme un buen vaso de zumo fresco. Allí no había nadie. Abrí la nevera y cogí el brick de zumo de manzana, mi favorito. Me eché en un vaso limpio que había cogido del armario.
- ¿Cómo estás hoy, enana? – Isaac acababa de aparecer por la puerta de la cocina.
- Bien, muy bien. – contesté yo.
- Me alegro. – se acercó a mí, me dio un beso en la mejilla y me quitó el vaso de la mano dándole un gran trago. Me devolvió el vaso con una amplia sonrisa en la cara. Me di cuenta de que se lo había bebido todo de un trago.
- Que sea la última vez que haces eso, ¿de acuerdo?
- Si, señorita. Además, ¿qué más te da? En la nevera hay más. Ves y llénatelo.
- Por eso. Como en la nevera hay más, ¿tanto te cuesta cogerte tú un vaso y echarte zumo?
- No, pero es que tú lo haces con más cariño que yo. – se volvió a reír. – Venga, anda, no te enfades, que estás muy fea cuando te mosqueas.
- Déjame en paz, anda. – dejé el vaso vacío en la pila de fregar y me fui a mi cuarto dando pisotones.

Cogí el móvil que aún seguía encima de la mesita y volví a mirar la hora. Pero en vez de ver el reloj, vi que tenía un mensaje. Lo abrí:

“Buenos días, Leire. ¿Cómo estás? Espero que ya estés mucho mejor, y que no te haya vuelto a dar otra vez ese mareo que se que provoqué yo. Espero que me perdones. Un beso para tus dulces labios. PD: Esta noche te veo, preciosa”


Sonreí para mis adentros. ¡Qué mono era! ¡Si es que estaba en todo! No puede evitar contestarle. Le dije que ya estaba mejor, que no se preocupara más. Que la culpa de ese bajón de tensión no había sido por él, sino por la situación en general. Y que esta noche nos veríamos.
“Toc, toc”. Alguien llamando a la puerta. La puerta se abrió y ahí estaba él, apoyado en la puerta y con un vaso de zumo en la mano.
- ¿Qué haces, Isaac?
- Sé que al final no te has tomado el desayuno por mi culpa, por eso vengo a traerte otro vaso. – se acercó a mí con una sonrisa en los labios mientras me daba el vaso.
- Gracias, Isaac. – también le sonreí y di un sorbo de zumo.
- Está echado con mucho amor, ¿eh? – los dos empezamos a desternillarnos de risa.
- Lo sé.

Salió de mi habitación con esos andares tan característicos de él. Mi hermano era muy puntilloso, y siempre me hacía rabiar, pero era una muy buena persona y tenía un gran corazón. Desde siempre me había estado cuidando. Cuando Carla me trataba mal y me llamaba niñata, era él el que se enfrentaba a ella y me defendía. Le tenía más aprecio a él que a Carla, todo había que decirlo.
Me bebí de un sorbo el zumo que mi hermano me había traído. El de manzana. Sabía que ese era mi favorito.
Me quité le pijama y me puse la ropa de estar por casa. Un vestido corto pero a la vez muy cómodo. Era bastante viejo, pero era el único con el que estaba verdaderamente a gusto.
Arreglé un poco la habitación. Después de toda la semana, siempre quedaba algo desordenado. Recogí toda la ropa que podía haber dejado de toda la semana y la tiré a lavar. Las correspondientes sandalias fueron directamente al zapatero.
Miré la habitación contenta del trabajo que había realizado. ¡Ahora sí que parecía una habitación!

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