martes, 23 de febrero de 2010

Cada vez más nerviosa.

Abrí el armario y cogí ese vestido rojo que tanto me gustaba, pero que aún conservaba la etiqueta. Por fin lo podría estrenar. Esta era la ocasión especial. Era el día en el que le diría a Edgar que quería estar con él. Que le quería, que me gustaba, que desde la primera vez que lo vi me había enamorado de él perdidamente. Quería que fuera mío, por siempre y para siempre. Y ese vestido rojo estaba a la altura de aquella circunstancia.
Dejé el vestido encima de la cama. Cogí también los zapatos que Carla me había dado hacia dos días atrás. Los dejé cerca de la cama, para poder ver, una vez más, lo bien que quedaba ese conjunto. Aunque me faltaba un bolso. Revisé entre los míos, pero no encontré ninguno de mi agrado. Eran todos demasiado grandes, y no quedaban bien con ese vestido.
Fui a la habitación de Carla, y llamé a la puerta. Ella misma me abrió. Iba con una coleta en lo alto de la cabeza y sin pintar. Me era extraño encontrármela así, ya que siempre solía llevar algo de maquillaje en la cara. No es que lo necesitara, porque era de las chicas que tenía una belleza natural. Pero me había acostumbrado a verla siempre con un poco de colorete y la raya negra marcando sus bonitos ojos verdes.

- ¿Qué quieres?
- Venía a ver si me podías dejar un bolso para esta noche. Todos los que tengo son demasiado grandes y no me gusta mucho como quedan.
- Está bien, pero tú me tienes que dar ese bolso negro grande que tienes. Me va a quedar de miedo con los leguins de cuero.
- Claro, eso está hecho. – le sonreí. Estaba claro que si no se lo dejaba, ella tampoco me iba a dejar el suyo. Además, no me importaba.
- Anda, pasa enana.

Pase a su habitación. Muy pocas veces había pasado. Siempre me prohibía la entrada. No lo gustaba que la gente entrara en su habitación sin su permiso. La tenía bastante ordenada, pero aún así prefería la mía. Mi habitación por encima de cualquier cosa.

- Toma, aquí tienes. – me dio un bolso pequeño, con una correa bastante larga de eslabones entrelazados.
- Gracias Carla. Después de comer te acercas a mi cuarto y te doy yo el otro bolso, ¿vale?
- De acuerdo.

Salí de su habitación con el bolso entre las manos. Al llegar a mi cuarto metí algunas cosas dentro de él: un pintalabios, pañuelos, la cartera con el dinero y el DNI (aunque no sabía para qué, si cuando fuéramos al pub, por mucho que lo pidieran no podría entrar porque no llegaba a la edad). Metí también, aunque a presión, unas sandalias. Seguro que a mitad de la noche me cansaba de llevar esos zapatos de siete centímetros, y tendría que descansar. No estaba acostumbrada a llevar ese tipo de zapatos.

Después de comer, me subí de nuevo a mi cuarto. Nada más llegar, encendí el ordenador. Me fui directamente al Fotolog de Edgar, aunque no había nada nuevo en él. La misma foto, y algunos comentarios más acerca de la fiesta de esta misma noche. Miré de nuevo la foto. La verdad, es que Edgar salía guapísimo. Tenía la típica cara que él solía poner para hacerse el interesante. Sabía de sobra, que con esa expresión era capaz de volver loca a cualquier chica.
Me conecté al Messenger. Allí estaban mis dos amigas. Abrí una conversación a tres. Siempre lo solíamos hacer.

- Hola chicas. – dije yo saludando a las dos.
- Hola Leire, ¿qué tal? ¿Estás preparada para la fiesta de esta noche? Va a ser muy buena… - dijo Nanni.
- Y la vamos a pillar muy gorda. – añadió Auro.
- Chicas, esta noche es la noche. – dije yo.
- ¿A qué te refieres? – preguntó Nanni muy intrigada.
- Esta noche va a ser la noche en que le voy a decir a Edgar que quiero estar con él. Que desde siempre lo he querido, y que quiero compartir el resto de mis días con él.
- ¡Bien! – dijo Auro. – Muy bien, Leire. ¡Madre mía! Eso no me lo quiero perder por nada del mundo.
- ¡Por fin! Edgar y Leire. – añadió Nanni. – Lo que siempre habías deseado, L, y por fin se hace realidad. ¡Enhorabuena!
- Gracias chicas. Estoy muy eufórica. ¡Quiero decírselo ya!
- Nos lo imaginamos. – dijo Nanni.
- Oye chicas, ¿por qué no os venís a cenar a mi casa? Mis padres se van a cenar a casa de unos amigos y estoy sola en casa. – propuso Auro. – Mi hermano también estará, pero Jenny no, que se va con mis padres.
- Vale, por mí bien. – dije yo. – Nos llevamos la ropa y nos cambiamos allí, ¿no?
- ¡Claro! Pero venir un poco antes de las nueve, porque tenemos que ir a comprar las bebidas para esta noche. Nos compramos una botella para las tres, así nos gastamos menos dinero y bebemos lo que queramos, porque yo no sé lo que estos van a comprar.
- Muy bien. – añadió Nanni. - ¿Te parece bien que vayamos sobre las ocho?
- Me parece estupendo. Pues aquí os espero a las ocho, ¿vale?
- Vale. – dijo Nanni. – L, pues a las ocho menos cuarto paso a por ti, y nos vamos juntas para allá.
- Ok N. Chicas, luego nos vemos. Voy a ver si hecho un rato la siesta que si no esta noche no voy a poder aguantar hasta las tantas.
- Vale. Adiós. – dijeron las dos.

Me desconecté. Miré el reloj del ordenador. Ya eran las cinco de la tarde. La siesta iba a ser corta, porque me tenía que duchar antes de que Nanni viniera a por mí.

A las seis y media me desperté. Me metí en la ducha aún con los ojos cerrados. El agua fría recorrió mi cuerpo. Fue lo que me despejó por completo y me hizo pensar en la respuesta que le iba a dar a Edgar esa noche. No había pensado en las palabras adecuadas para darle la noticia. No quería pensar demasiado en ello. Es mejor decirlo como lo sientas en ese momento, porque, normalmente, cuando te lo preparas, siempre pasa algo que lo estropea y no queda nada bien.
Me arreglé el pelo. Cogí el rizador de pelo y me hice unos tirabuzones. Me lo dejé suelto. El pelo suelto siempre es más sexi. Además, si a ese vestido rojo pasión le ponía un recogido, dejaba al descubierto demasiada espalda y escote, y no dejaba nada a la imaginación. Y eso no era lo que yo quería.
Metí el vestido en una mochila, junto con las pinturas y los zapatos. Estaba nerviosa. Me temblaban las manos. Debía tranquilizarme.
Me acordé del bolso que tenía que dejarle a Carla, así que lo busqué y lo dejé encima de la cama.
Salí de la habitación con la mochila acuestas. Mi madre estaba en el salón, junto con mis hermanos. Carla estaba leyendo un libro que hacía poco se había comprado. Isaac, en cambio, veía la tele con cara de aburrido.

- Mamá, me voy a casa de Auro a cenar, ¿vale?
- De acuerdo, pero… ¿qué llevas en la mochila, cariño?
- Llevo lo de esta noche, mamá. Voy a salir un rato con mis amigas y después nos vamos a ir a un pub.
- Leire, cariño, no me gusta que te vayas por ahí sola con tus amigas, aún eres demasiado pequeña y…
- Mamá, no le eches el rollo. Va a estar con nosotros esta noche. – me ayudó Isaac.
- ¿Es verdad, Carla? – mi madre se dirigió hacia mi hermana, que levantó la vista del libro.
- ¿Es que no me crees a mí? – dijo Isaac.
- Claro que sí, lo que pasa que como siempre defiendes a tu hermana y le echas cables para que no le diga nada, no sé cuando me mientes y cuando no.
- Sí, mamá. Leire va a estar con nosotros. Y después nos vamos a ir todos a un pub donde nos dejen entrar y donde no sirvan nada de alcohol.
- Entonces… no iréis al parque a hacer botellón, ¿no?
- Mamá… ¡claro que no! – dijo Carla. – Al parque si vamos a ir, pero vamos a estar allí charrando un rato y bebiéndonos algunas cervezas, pero nada más.
- De acuerdo, ya me quedo más tranquila. No os paséis con la cerveza, ¿eh?
- No mamá, no te preocupes. – me acerqué a ella y le di un beso en la mejilla. Hice lo mismo con mis hermanos.

Salí de casa. No me gustaba mentir a mi madre, aunque en verdad yo no le había contado ninguna mentira. Todo lo había dicho Carla. Ella era la culpable, aunque a mí me había venido muy bien.

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