domingo, 5 de abril de 2009

El Recreo

Tocó la campana para salir al recreo. Lo estaba deseando. No aguantaba ni un minuto más encerrada en una clase. Necesitaba respirar un poco de aire libre. Quería ver a más gente aparte de los de mi clase. Además, creo que mi estómago me estaba pidiendo un poco de comida. Me saqué el sándwich que mi madre me había echo para almorzar. Lo ojeé. Justo lo que me apetecía: jamón york, queso y lechuga. Me encantaba. Le di un gran bocado. Nanni se me quedó mirando boquiabierta.

- ¿Qué pasa? Tengo hambre…
- No, si ya lo vemos – dijo Nanni sonriendo.
- Oye chicas, ¿me acompañáis a la cafetería? Me apetece una coca-cola – dijo Auro.
- Claro. Eso está echo.

Nos dirigimos hacía la cafetería. No me gustaba estar allí, porque en las mesas siempre se podían ver a las chicas y chicos más populares del instituto. Al entrar pude distinguir en una mesa a Carla, Eric y otros muchos chicos y chicas de su clase y de su grupo de amigos. Lo que no me gustó nada es que con ellos estaba también Isaac, y eso quería decir que en nada se presentaría en la cafetería Edgar. Y peor aún…se sentaría con ellos. Ya está, acababa de perder cualquier oportunidad de que Edgar se fijara en mí.
Nos dirigimos directamente a la barra. Auro fue atendida enseguida, y se pidió la deseada coca-cola. Yo me pedí una piruleta. Me tranquilizaba cuando estaba nerviosa.
- Leire, Leire. – oí que alguien me gritaba desde alguna mesa. Busqué con la mirada por toda la cafetería hasta que me di cuenta que la voz provenía de la mesa de mi hermana. Era Isaac.
- ¿Qué quieres? – le dije desde la barra.
- Oye, cómprame una bolsa de algo y una fanta de naranja, anda.

Me giré para el mostrador y pedí una bolsa de gusanitos y la fanta. No sé si le gustaría, pero es lo primero que me salió por la boca. Eché un vistazo al monedero. Mierda. No llevaba suficiente dinero, y estaba claro que no me iba a acercar a la mesa de Isaac a pedirle dinero. Que vergüenza.
- Toma Leire, que te estoy viendo apurada – alguien me estaba dejando dos euros. Subí la cabeza. Era él. Era Edgar. Él era el que me estaba dejando dinero para pagar lo que mi hermano me había pedido.
- Gra, gra, gracias. – tartamudeé.
- De nada. – me dirigió una de sus sonrisas más bonitas.

Pagué con el dinero que me había dejado Edgar.
- Oye, ya te daré el dinero.
- No te preocupes, anda. Ya se lo pediré a tu hermano.

Cogió las cosas de mi mano y se alejó sin decir nada más. Había echo el ridículo más grande de mi vida. Había tartamudeado delante del chico que me gustaba desde hacía bastantes años. No me lo creía. Seguro que había pensado de mí que era una niñata. Él solo tenía un año más que yo, pero parecía mucho más mayor. No me volvería a dirigir la palabra en la vida. Seguro.
Salimos de la cafetería. En ese momento era lo que me apetecía. No quería estar más tiempo dentro de ese lugar. Abrí la piruleta y me la metí en la boca.
Nos fuimos hacia unos bancos a hablar un poco de lo que habíamos echo este verano. Yo no comenté casi nada el respecto. Está sumida en lo que acababa de ocurrir en la cafetería. Sabía que este año iba a ser complicado. No sabía por qué, pero tenía esa sensación, y sabía que no me iba a equivocar.


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