miércoles, 18 de noviembre de 2009

Hermanas cotillas

Subí a mi habitación. Al entrar pude diferenciar el olor a su colonia. Todo el cuarto olía a su magnífico perfume. Esa noche soñaría con él, sin duda. Recogí todas las libretas y bolígrafos que había dejado encima de la mesa de estudio, y lo guardé en la mochila.
Miré el reloj. Con Edgar se me había pasado la tarde volando. Ya eran las ocho de la tarde. Entre los ejercicios de matemáticas y la larga charla en la cocina, la tarde se había esfumado. Cogí el libro de lectura que tenía encima de la mesa de noche, y me fui al cuarto de mi hermano. Me apetecía estar con él. Esperaba que Isaac me dejara estar con él en la habitación.
Llamé a su puerta, y pasé. Él aún seguía en el ordenador. Se pasaba tardes enteras enfrente de la pantalla. Cuando me acerqué a él, enseguida minimizó una conversación del Messenger. Me mosqueé un poco, pero no pregunté porque lo hacía.
- ¿Qué quieres, enana? – me preguntó mirándome.
- ¿Me puedo quedar aquí contigo? Es que me apetece leer, pero sabes que no me gusta leer a solas.
- Si, lo sé.
- Además, te prometo que no cotillearé con quien estás hablando, porque me he dado cuenta de que enseguida has minimizado una conversación. – él se rio.
- Vale, está bien.

Me tumbé en la cama, y abrí el libro dispuesta a leer, pero Carla interrumpió en la habitación abriendo la puerta de repente y sin llamar.
- ¡Hermanitos! – dijo cerrando la puerta. Cogió la otra silla que había en la habitación y sentó al lado de Isaac.
- ¿Qué quieres ahora, Carla? – le preguntó Isaac mientras volvía a cerrar la conversación del Messenger.
- ¿Qué estás escondiendo? – empezaron a forcejear entre los dos. Yo no podía leer en esas condiciones, por lo que me levanté de la cama dispuesta a irme. – Leire, no te vayas ahora. Ayúdame a averiguar con quien está hablando. – me lo pensé un par de veces y dejé el libro encima de la cama. Cogí las manos de Isaac para que éste no se pudiera mover. Carla abrió la conversación y leyó el nick de la persona con la que estaba hablando. – “Menos mal que ya me hablas. No podía soportar que desde el sábado no me dirigieras la palabra después de lo que pasó entre nosotros. Eres todo para mi I” - Carla y yo nos miramos sin decir nada. Enseguida caí de quien se trataba. Todo me cuadraba. Isaac estaba hablando con Auro.
- ¿Me podéis dejar en paz, por favor? – Isaac consiguió soltarse y cerró otra vez la conversación. – Sois unas cotillas, y siempre os queréis enterar de todo, y eso no puede ser. - las dos nos dirigimos a la puerta para salir de su habitación.
- ¡Ostras! Ahora caigo. – dijo Carla cuando estaba a punto de cerrar la puerta. - Con la que estás hablando es Auro, ¿verdad? ¡Qué fuerte! Estás hablando con la niñata esa.
- No te pases. – le dije mientras le daba un pequeño empujón. – Que es mi amiga.
- Ya lo sé, por eso es una niñata. Hermanito… - miró a Isaac mientras se ponía una mano en la cintura. – Te estás echando a perder. Antes molabas más.
- Olvídame. – se levantó Isaac de la silla y le cerró la puerta en las narices a Carla. Solté una carcajada en voz baja para que Carla no pudiera oírme. Me encantaba que Isaac hiciera ese tipo de cosas, así dejaba en mal lugar a Carla.

Cada una se fue a su cuarto, pero me acordé de que me había dejado el libro de lectura en el cuarto de Isaac. Pensé que no era buen momento para entrar en la habitación. No quería que se enfadara conmigo. “Ya iré después de cenar” pensé.
Bajé hacia la cocina a ayudar a mi madre a preparar la cena para todos. Ya casi la había terminado, por lo que solo tuve que poner la mesa.
- ¿Cómo estás, cariño? – me preguntó mientras ponía la ensalada en el centro de la mesa.
- Muy bien, mamá. ¿Tú como te encuentras de tu gripe?
- Mejor, a penas tengo ya síntomas.
- Me alegro.
- ¿Qué tal llevas las clases y el curso en general?
- Muy bien. Por ahora me está pareciendo fácil, pero tan solo llevamos un par de semanas. Aún lo difícil no ha llegado.
- Lo sé, cariño. Pero sé que tú vas a poder con esto, y con mucho más. – las dos sonreímos.

Mis hermanos no tardaron en bajar a la cocina a cenar. Desde siempre había sido yo la que estaba mucho tiempo con mi madre. La necesitaba en mi vida. En cambio, mis hermanos parecían que podían vivir sin ella. Yo no era así. Mi madre era esencial en mi vida. Como me había criado sin padre, mi madre era la que me daba fuerzas para seguir adelante con mi vida. Era ella la que me ayudaba a afrontar mis problemas. Sabía que si algo me pasase, ella estaría allí para ayudarme en lo que fuera necesario.
Después de cenar, Isaac fue el que se quedó en la cocina fregando los platos. Había muy pocas cosas como para poner el lavavajillas. Carla barrió un poco la cocina. Yo, en cambio, guardé en la nevera todas las sobras de la cena. Por la noche éramos nosotros lo que nos encargábamos de las faenas de la casa. Mi madre venía cansada del trabajo, y siempre la ayudábamos, para que ella se fuera a sentar al sofá a ver un rato la tele.
Me despedí de mi madre y me fui a la habitación a dormir. Me puse el pijama, pero cuando estaba a punto de meterme en la cama, alguien entró en la habitación. Era Isaac.
- No te he dicho mil veces que llames a la puerta antes de entrar. Si llegas a pasar unos pocos minutos antes me pillas en bragas.
- Ya ves tú. Ni que me fuera a asustar. Enana, que lo que tú tienes, se lo he visto yo a millones de tías. – me quedé mirándolo pensando que era un poco fantasma. Millones de tías seguro que no, pero algunas cuantas sí.
- Bueno, ¿qué es lo que querías? – me metí en la cama, y me tapé.
- Quería darte el libro este. Te lo has dejado antes en mi habitación.
- Ya lo sé. Me he acordado cuando he salido, pero no he querido volver a entrar.
- ¿Y eso? – se sentó al lado mía.
- Porque no. No quería molestarte. Estabas ahí hablando con Auro, y estábamos nosotras interrumpiendo.
- Tú no has interrumpido nada, ha sido Carla. Si es que ella es así de lista. Siempre se quiere enterar de todo.
- Sí, así es Carla. Bueno, muchas gracias por el libro. – se lo quité de sus manos y lo dejé encima de la mesita de noche que había a mi derecha. Isaac se levantó y se fue hacia la puerta. - ¡Espera Isaac!
- ¿Qué pasa? – se giró mientras cogía el picaporte de la puerta para poco después abrirla.
- ¿De verdad que te gusta Auro? – vi como se sonrojaba.
- … - se quedó un poco pensativo. – Sí, sí que me gusta.
- ¿Y por qué has estado dos días sin hablarle?
- Porque los chicos somos así. Tenemos que dejar un par de días de separación, para que no penséis que nos gustáis demasiado.
- ¡Qué difíciles sois los tíos! – me tumbé en la cama.
- Sí, un poco. Pero no te pienses que las tías sois fáciles, ¿eh?
- Anda, buenas noches Isaac.
- Buenas noches enana. – me apagó la luz y salió de mi habitación.

En ese momento me vino a la cabeza Eloy. No había tenido noticias de él desde la fiesta del sábado. Y la verdad es que no lo entendía, porque a mí me había gustado bastante, y por lo que me había dicho, yo a él también le hacía algo de gracia. “Eso es para que no me piense que le gusto demasiado” pensé mientras los ojos se me iban cerrando cada vez más.



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