jueves, 28 de octubre de 2010

MIÉRCOLES

Ya era la hora de levantarse. Estábamos a miércoles. Solo tendría que esperar dos días más, más el de hoy, y la semana habría llegado a su fin, aunque quedaría por delante todo el fin de semana. Y eso era peor. Mucho peor que los tres días que quedaban de ir al instituto.

Después de ir al baño y de ducharme, abrí mi armario y cogí los pantalones rojos que mi madre me había comprado el día anterior. Busqué una camiseta blanca sencilla de manga corta. En los pies, las Converse nuevas. Tenía ganas de estrenar las dos cosas. Y eso fue lo que hice. Seguro que mis hermanos también se ponían las zapatillas. Estaba segura.

Bajé a la cocina. Mi madre, como casi siempre, estaba recogiendo todo deprisa porque llegaba tarde al trabajo, como siempre. Yo no sé cómo se las apañaba, pero siempre iba con el tiempo justo.

Me dio un beso en la mejilla y diciendo un “hasta luego” se marchó de casa cerrando la puerta de la calle a sus espaldas.

Me puse un par de tostadas en la tostadora, y me puse un pequeño vaso de zumo, como todas las mañanas. Hoy me había levantado con más hambre de lo habitual. Eso no era normal en mí, pero… ¿qué iba a hacer? Pues comer. Fácil solución.

Mis hermanos no tardaron en bajar. Carla llevaba una falda bastante corta con unas sandalias y una camiseta bastante sencilla para tratarse de ella. Me dio un beso en la frente, se echó un vaso de zumo, se lo bebió casi de un trago y se fue de casa. Habría quedado con Hugo, como siempre.

En cambio, Isaac si llevaba las zapatillas nuevas. Llevaba un pantalón vaquero largo, y se había dejado la lengüeta de las zapatillas por fuera. Arriba una camiseta negra de manga corta bastante ajustada que dejaba entre ver su cuerpo bien definido. Muchas de las tardes se las pasaba en su cuarto haciendo ejercicio: que si abdominales, que si flexiones… Lógico que tuviera ese cuerpo.

De repente, y no sé por qué, me acordé de Edgar sin camiseta. Ese torso musculoso, bronceado y tan deseado por mí y por tantas chicas. Él se paseaba por la casa de sus abuelos con mucha chulería, propia de él. Y de repente, otra imagen. Pero ahora no era tan agradable. Edgar gritándome delante de todo el mundo que era una zorra y que no quería saber nada más de mí.

Ese pensamiento hizo que volviera en sí.

- ¡Leire! ¿Estás bien, enana? Estás empanada, ¿eh? – era Isaac.
- Lo siento, estaba pensando en otra cosa.
- No, si ya lo sé. Te he estado llamando como veinte veces. ¿En qué estabas pensando?
- En nada. Cosas mías. No te preocupes. Bueno, ¿y qué querías?
- Decirte que voy a ir a casa de Auro a por ella, por si te querías venir.
- No, da igual. Yo me voy al instituto sola.
- ¿Enserio? Si es un momento, vamos a por Auro y nos vamos los tres juntos para allá.
- Isaac, te he dicho que no. No insistas más por favor.
- ¿Es qué ha ocurrido algo con ella? – me preguntó queriendo descifrar que era lo que me pasaba.
- Sabes que sí. – sabía perfectamente que Auro se lo había contado, para eso él era su novio. – Así que no me preguntes nada, anda.
- Creo que está vez te equivocas. No sé nada. Pero esperaba que tú me lo contaras.
- Es muy sencillo. Desde que Auro está saliendo contigo y Nanni con Eric me siento sola, como si me estuvieran dejando de lado.
- Pero si yo casi no paso tiempo con Auro. Solo la veo en el instituto, porque como es normal, a mí también me gusta quedar con mis amigos y, supongo, que ella también querrá quedar por su lado con sus amigas.
- Lo sé. Pero no sé por qué, Isaac, me siento así. Sé que poco a poco ella se van a ir alejando de mí. Y si no tiempo al tiempo.
- Si yo puedo remediarlo, eso no va a pasar. – le sonreí. – Así que estate tranquila, y no seáis tontas, tanto tú como ellas. Sois muy buenas amigas, y por culpa de los chicos no vale la pena discutir. Aunque uno de los chicos sea yo. – los dos reímos. – Y ahora vamos a por Auro, anda.
- No, mejor que no. Prefiero verla en el instituto junto con Nanni así me disculpo con las dos. Será mucho más fácil para mí, créeme.
- De acuerdo. Pues allí nos vemos.

Me dio un beso en la mejilla y se fue. Suspiré. Isaac no era mala persona, sino todo lo contrario. Siempre me había ayudado en todo, o casi todo. Y tenía toda la razón en lo que me había dicho. Y lo mejor de todo, es que le creía, y sabía que él no iba a ser capaz de que Auro me dejara de lado estando él entre medias. Y eso me tranquilizaba.

Cuando llegué al instituto, Nanni estaba en la puerta de éste junto con Eric. Ambos hablaban de forma despreocupada y alegre. Se podía ver en sus caras ese amor que sentían el uno por el otro. Me acerqué a ellos y les dije un tímido “buenos días”. No tuve que decir nada más, porque segundos después Nanni se me abalanzó y me dio un fuerte abrazo.

- Leire, no me vuelvas a hacer esto. Ayer estuve muy mal. No sabía si llamarte o no. Perdóname, por favor.
- No, perdóname tú a mí. He sido yo la que se ha comportado como una cría y la que ha estado viendo cosas que no eran verdad. Lo siento mucho, Nanni. Y siento también que ayer lo pasaras tan mal. – nos volvimos a abrazar. Esa era la diferencia entra las amigas y las buenas amigas: las amigas podían estar días y días enfadadas, en cambio, en las buenas amigas, los enfados tan solo duraban unas horas, aunque esta vez el enfado había durado casi un día entero.
- Bueno chicas, yo os dejo solas. Me voy. – Eric le dio un beso en los labios a Nanni.
- Eric, quédate si quieres. – le dije. – A mí no me molestas.
- Ya lo sé, Leire. – me sonrió. – Hasta luego.

Nanni me miró y me sonrió. Ella sabía perfectamente que yo no tenía nada en contra de Eric, sino todo lo contrario. Sabía que él era buen chico y que iba a tratar a mi amiga como se merecía.


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martes, 26 de octubre de 2010

Ya le gustaría a alguno que otro ser como él.

- ¿Qué tal la tarde? – me preguntó Isaac.
- Bien. Hemos ido al Tomato y…
- Me encanta ese bar. – añadió Ben. – Siempre está lleno de chicas jóvenes y guapas.
- Y de chicos guapos, sobretodo. – añadí yo. Edgar chascó la lengua, aunque no salió ninguna palabra de su boca.
- Bueno, sí, también. Hay de todo. – volvió a intervenir Ben sin apartar la vista de la pantalla.
- ¿Y por qué yo nunca he ido allí? – preguntó Isaac.
- Pues no sé, porque nosotros hemos ido un par de veces. – añadió Edgar mientras me volvía a dirigir una de sus “amables” miradas.
- Pues tendré que ir allí algún día. – yo asentí.
- Y estando allí con Cynthia… - empecé diciendo, pero Ben me volvió a interrumpir.
- ¿Has estado con Cynthia? Ya decía yo que no me contestaba a los toques.
- Sí, he estado con Cynthia. Y he visto a Mark.
- ¿Qué Mark? – preguntó Ben.
- ¿El mismo Mark que va a mi clase? – añadió Isaac.
- El mismo. Lo he conocido esta mañana. Y esta tarde me lo he encontrado en el Tomato. Y nos ha invitado a Cynthia y a mí una caña.
- ¡Qué majo el chico! – dijo Ben irónicamente.
- Pues sí, la verdad es que sí. Ya le gustaría a alguno que otro ser como él. – le miré a Edgar. Él volvió a chascar la lengua, pero seguía sin soltar ni prenda. – Bueno, me subo arriba. Si queréis algo, llamarme.
- Hasta luego fea. – dijo Ben mientras soltaba una risotada. Me acerqué a él y le di una colleja. Él se quejó, pero no le hice caso y me subí a la habitación.

Me quité la ropa y me puse el pijama. Edgar y Ben pronto se irían y yo podría bajar tranquilamente al salón.

Poco después oí que la puerta de la calle se abría y, segundos más tarde, se cerraba. “Ben y Edgar ya se han ido” pensé. Así que bajé al salón tranquilamente. Ellos aún estaban jugando a la consola. No se había ido nadie, sino que había llegado mi madre.

Estaba en la cocina con un montón de bolsas encima de la mesa. “Ha hecho una buena compra” pensé. Empecé a abrir las bolsas como una desesperada, para ver lo que mi madre se había comprado.

- Espera, espera impaciente. Déjame que te lo enseñe yo, ¿no? – me dijo mi madre apartándome de las bolsas como si de una mosca se tratase.
- Está bien. – me senté en una silla.

Mi madre empezó a sacar blusas y pantalones de las bolsas. No estaban del todo mal. Aunque a su gusto, claro.

- Bueno… y esto es para ti. Lo he visto y he tenido que comprártelo. – miedo me dio. Pero cuando vi que sacaba unos pantalones pitillo de color rojo me quedé de piedra. ¡Eran preciosos!
- Mamá, me encantan. Son muy bonitos.
- ¿Enserio? ¿De verdad te gustan? Mira a ver si es tu talla, porque como hace tiempo que no salgo contigo de compras…
- Has dado en el clavo. – empecé a dar vueltas por la cocina con los pantalones entre mis brazos.
- Tengo algo más. – me paré en seco.
- ¿El qué? – dije impaciente.
- Bueno, hace tiempo que me estáis dando la paliza tú y tus hermanos con unas zapatillas y…
- Mamá, ¿no me digas que me has comprado unas Converse? –mi madre asintió mientras metía una mano en una de las bolsas y sacaba una caja de zapatos.

La abrí y allí estaban. Las Converse blancas con letras rojas que durante tanto tiempo había deseado. Mi madre siempre me decía que no, que eran demasiado caras. Pero por fin las tenía. Le di un gran abrazo. Ella me lo agradeció.

- Oye, ¿y este abrazo? – Isaac acababa de entrar en la cocina. Edgar y Ben ya se habían ido.
- Por nada. – añadí yo.
- ¿Le has comprado unas Converse a Leire y a mí no?
- ¡Qué caprichosos sois los tres, madre mía! – dijo mi madre mientras sacaba otra caja de zapatos. – Estas son para ti. Espero que te gusten, hijo. – Isaac las abrió. Las suyas eran a cuadros.
- Me encantan, mamá. – le dio un abrazo.
- Y las de Carla, estas. – sacó otra caja.
- ¿Las mías? A ver… - acababa de aparecer Carla en la cocina.
- Son las que me has pedido, hija.
- Son las más chulas. – dijo Carla. Eran de color rosa. – Gracias.

Entre abrazos, besos y más abrazos, quitamos las bolsas de encima de la mesa y nos pusimos a cenar.

Al terminar, me despedí de los tres y me fui con mis regalos a la cama de lo más contenta.

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jueves, 21 de octubre de 2010

Si no lo hago ahora, ¿cuándo lo voy a hacer?

- Yo sí le conozco. Se llama Mark. Y es del instituto.
- ¿Enserio? Porque no me suena su cara. Y es muy guapo. Me resulta extraño no conocerlo.
- Pues va a la clase de Isaac.
- Vaya. ¿Y dónde se ha metido todo este tiempo? Porque la verdad es que es guapísimo.
- Es la segunda vez que lo dices en un minuto, Cynthia.
- ¡Es que es la verdad! ¿Y de cuánto tiempo lo conoces? – preguntó interesada.
- De unas pocas horas. De hecho, lo he conocido esta misma mañana. Bueno, aunque sé muy poco de él. Más bien nada.
- ¿Y por qué no vas a saludarlo? – me sugirió.
- ¡¿Estás loca?! ¡Qué vergüenza! Está allí con sus amigos.
- ¿Y qué? Pero le tendrás que agradecer nuestras cervezas, ¿no?
- ¿Y por qué no vas tú?
- ¿Yo? Perdona Leire, pero no soy yo la que conoce a ese bombón. Si no, estate segura de que ya estaba allí dedicándole una de mis mejores sonrisas.
- Está bien, pero solo para que no me des más la lata.

Bebí un gran sorbo, y después de respirar hondo un par de veces, me hice el ánimo y me levanté. Anduve con timidez hacia la mesa en donde se encontraba Mark. A medida que me iba acercando, pude ver que sus amigos se daban codazos entre sí. Alguno se atrevió a señalarme, avisando a Mark de que iba hacia allí. Me temblaban las piernas.

- Hola chicos. – dije cuando llegué, por fin, a la mesa. – Hola Mark.
- Hola Leire. – se levantó y me dio dos besos. - ¿Cómo estás?
- Muy bien. Aquí, tomándome unas cañas con una amiga. – dije señalando a Cynthia que estaba sola en la mesa mientras hablaba con los chicos de la mesa de al lado. - ¿Cómo estás tú?
- Bien. Aquí también con unos colegas de risas.
- Por cierto, gracias por la invitación.
- ¡Ah! De nada. Es que te he visto entrar, pero no me he atrevido a decirte nada. Y he pensado que invitándote a una cerveza, seguramente vendrías a hablar conmigo.
- Pues has acertado. – sonreí.
- ¿Vienes muy a menudo al Tomato? Porque yo creo que nunca te he visto.
- ¡Qué va! Es la primera vez que vengo. Pero tendré que venir más a menudo, a ver si siempre me invitan a cerveza.
- ¡Qué morro tienes! – dijo mientras me cogía de la cintura. Vi como todos sus amigos se hacían señas entre ellos para que nos miraran. - Oye, ¿te sientas con nosotros un rato?
- No, que está allí Cynthia sola y…
- ¿Sola? – no me dejó que terminara la frase. – Tu amiga parece que está bien acompañada. – Miré hacia la mesa. Cynthia seguía hablando con los chicos de la mesa de al lado.
- Ya, pero…no, prefiero irme con ella que si no luego me dirá que la he dejado sola. Además, vosotros querréis hablar de vuestras cosas y yo no pinto nada.
- Eso no es cierto, pero lo que quieras.
- Entonces, ¿nos vemos por el instituto? – sonreí.
- De acuerdo. – me volvió a dar dos besos, ahora en señal de despedida.
- Hasta luego, Mark. – miré a sus amigos. – Adiós chicos.
- Adiós. – me contestaron todos al unísono.

Me di media vuelta y me dirigí hacia la mesa de Cynthia. En cuanto llegué, ella dejó de hablar con los chicos de la mesa de al lado.

- ¿Qué tal? – me preguntó intrigada.
- Muy bien. Y muy guapo, como tú dices. – las dos reímos.
- ¡Qué mala eres!
- Oye, ¿y los chicos de al lado? Te has pasado todo el rato que yo no he estado hablando con ellos.
- Son unos colegas. Los conocí el año pasado en un botellón en el parque. Y los suelo ver bastante a menudo.
- Tú no pierdes comba, ¿eh?
- Claro que no. Si no lo hago ahora, ¿cuándo lo voy a hacer? – asentí. - ¿Pedimos la cuenta y nos vamos?
- Vale.

Cynthia llamó a Robert. Enseguida vino. Pagamos la cuenta y salimos del Tomato. Al pasar por al lado de Mark le sonreí, y éste me correspondió.

Cuando llegué al parque, me despedí de Cynthia y cada una se fue hacia su casa. Por el camino me acordé de algo que había olvidado por completo. Edgar y Ben estaban en mi casa con mi hermano jugando a la consola. Estuve a punto de darme media vuelta y quedarme en el parque sola hasta que ellos se fueran de mi casa. Pero pronto me di cuenta de que lo que acababa de pensar era una tontería.

Saqué las llaves del bolsillo y entré en casa. Y como me lo había imaginado, Edgar y Ben estaban en el comedor junto a Isaac. Tenía que hacer frente a mis problemas. En un momento, pensé en subir a mi habitación sin ni siquiera saludarlos. Pero así nunca podría hacer frente a lo que me estaba pasando con Edgar. Así que fui hacia ellos y me senté en una silla al lado de Ben. Me di cuenta como Edgar, que en ese momento no estaba jugando, me dirigía una mirada no muy amigable. Yo le dirigí mi peor mirada, aunque de he reconocer que no era muy buena en eso.


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martes, 19 de octubre de 2010

¿Y quién es ese chico? ¿Le conoces? Porque yo no.

A penas comí. No tenía nada de hambre. No me gustaba estar enfadada con mis amigas. Pero era un enfado tonto y de niñas pequeñas. Ellas eran libres de poder quedar con sus novios o con quien quisieran, por lo tanto, yo también tenía derecho de quedar con una compañera de clase que me caía bien.

Después de hacer los deberes para el día siguiente, me tumbé en la cama. No tenía ganas de conectarme a Internet. Seguro que Auro y Nanni estaban en el Messenger, y no me apetecía nada hablar con ellas.

Isaac entró en ese momento en la habitación. Cerró la puerta y se quedó de pie apoyado en mi armario. Me incorporé en la cama.

- ¿Qué vas a hacer esta tarde? – me preguntó. Estaba segura de que lo sabía perfectamente. Auro le habría informado.
- Pues he quedado con Cynthia sobre las seis para ir a algún bar a tomarnos algo. ¿Por qué? ¿Te quieres venir?
- No. Es que había quedado con Edgar y con Ben para hacer algo, pero no sabemos el qué. Y he pensado en que se podrían venir a casa a jugar a la consola.
- Pues que vengan. A mí me da igual. – añadí.
- Vale. Te lo he preguntado porque como tú y Edgar no estáis en vuestro mejor momento, he visto oportuno preguntártelo. Él es mi amigo, pero tú eres mi hermana. Y, ante todo, quiero que tú estés bien y no te encuentres incómoda.
- Gracias Isaac. – Me levanté y le abracé.

Después del abrazo, Isaac salió de mi habitación. Oí como bajaba a la planta de abajo y le decía algo a mi madre. Seguramente, le estaría diciendo que le dejara la televisión del comedor para poder montar la consola allí, y así estar más anchos.
A los pocos minutos oí que alguien volvía a subir las escaleras, y mi madre entró en mi habitación. Me comentó que se iba a ir un rato al centro comercial para ver si se compraba algo de ropa, ya que últimamente había perdido bastante peso y todo le estaba algo grande.

Miré el reloj. Eran cerca de las seis de la tarde. Me levanté de la cama porque aún seguía tumbada encima de ella. Me arreglé un poco el pelo en el espejo, y después de coger algo de dinero y de metérmelo en el bolsillo del pantalón, bajé al salón para irme lo más rápidamente posible. No quería encontrarme con Edgar y Ben en mi casa. No sabría qué hacer ni qué decir.

Me despedí de Isaac y salí de casa. Cerré la puerta a mis espaldas. Respiré hondo un par de veces y comencé a andar. Pensé en como actuaría al llegar a casa, ya que Edgar y Ben seguro que aún estarían allí.

Enseguida llegué al parque. Cynthia ya se encontraba allí, sentada en uno de los bancos con las piernas cruzadas mientras veía, distraídamente, como jugaban dos niños. En cuanto me vio, se levantó casi de un salto y se acercó a darme un abrazo. Yo se lo respondí.

- ¿Hace mucho tiempo que estás esperando? – le pregunté.
- ¡Que va! Hace unos cinco minutos o por ahí. – me sonrió. - ¿Quieres que vayamos al centro comercial y ahí nos tomamos algo?
- Prefiero que no. – le respondí.
- ¿Y eso? ¿Qué ocurre? – preguntó preocupada y a la vez intrigada.
- Es que mi madre está allí de compras, y no me apetece que me vea.
- Ok. Pues… ¿vamos a algún bar cerca de aquí? Conozco uno que no está muy lejos, es bastante barato y suelen haber estudiantes.
- Vámonos a ese. – contesté contenta.

Nos pusimos en camino. Cynthia andaba de forma despreocupada, pero a la vez sexy, sensual y coqueta. Yo, en cambio, no andaría así en la vida, ni aunque me lo propusiera. Esa forma de andar era natural, no aprendida en una academia de modelos.

En breves llegamos al bar. Tenía un nombre bastante peculiar: Tomato. Le pregunté a Cynthia si conocía la historia del nombre, pero ella contestó negativamente.

Entramos de forma decidida. El bar estaba bastante concurrido, aunque había un par de mesas vacías hacia el fondo del local. Hicimos un par de señas al propietario del Tomato, para ver si nos podíamos sentar en alguna de las mesas vacías. El hombre, con un gesto del brazo, nos invitó a sentarnos.

Una vez sentada miré a ambos lados de la mesa en la que estábamos acomodadas. Todo el bar estaba lleno de adolescentes conversando alegremente mientras se tomaban algo, tanto para beber como para comer.

- ¿Qué pedimos? – me preguntó Cynthia. El camarero acababa de llegar a la mesa.
- Yo quiero una cerveza. – hacía tiempo que no bebía una y me apetecía.
- Y a mí ponme otra, Robert. Y unos cacahuetes, por favor.
- Marchando dos cervezas y un plato de cacahuetes para las señoritas. – dijo gritando mientras se alejaba de la mesa.
- ¿De qué conoces al camarero? – pregunté intrigada.
- No pienses que me he liado con él ni nada por el estilo, ¿eh? – aunque no me hubiera extrañado nada, porque Robert era un chico joven y bastante guapo, aunque algo mayor que nosotras. Tendría sobre unos veinte o veintiún años. – Es que vengo bastante a este bar.
- ¡Ah! Ya me estaba imaginando lo peor. – las dos reímos sonoramente.
- Aquí tenéis, chicas. Y este plato de patatas corre por cuenta de la casa. – dijo dejando las cosas encima de la mesa.
- Gracias. – contesté.

Bebí de la cerveza que Robert me acababa de traer. Estaba fría y sentaba muy bien. Aún hacía bastante calor y se agradecía algo frío.

Cynthia cogió una patata y se la metió en la boca. La masticó sensualmente. ¡Aquella chica tenía encanto para hacer cualquier cosa! No me extrañaba, para nada, que se llevara a todos los chicos de calle.

- ¿Y el sábado que vamos a hacer? – le pregunté después de estar un par de minutos en silencio y pensando en lo que podría hablar con ella.
- Pues ni idea, la verdad. Pero supongo que lo mismo de todos los sábados. Iremos al parque a hacer botellón y luego al Diamonds.
- Siempre lo mismo y con la misma gente. – dije con cara de poco agrado. Enseguida, al decir la misma gente, me vino a la cabeza la imagen de Edgar y también la de Fanny.
- Claro, pero… ¿qué quieres que hagamos?
- Ni idea, pero algo diferente, para ir cambiando.
- Yo llevo un año y pico haciendo lo mismo todos los sábados y aún no me he cansado. Y tú que tan solo llevas cuatro días…
- Hay gente para todo, ¿no? – ella asintió. Bebí cerveza. El último trago que me quedaba en el vaso.
- ¿Pedimos otra? – Cynthia, al igual que yo, también se había bebido toda la cerveza.
- No hace falta, chicas. – acababa de llegar Robert y había dejado encima de la mesa otras dos cervezas.
- ¿Y esto? – le pregunté.
- Os invita aquel chico de aquella mesa. – dijo señalando una mesa que estaba al principio del bar.
- Vale. Gracias. – le contestó Cynthia y Robert se marchó llevándose los vasos vacíos. - ¿Y quién es ese chico? ¿Le conoces? Porque yo no. – dijo mientras se giraba para volver a ver al chico.


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jueves, 14 de octubre de 2010

Nombre poco común.

Y ahí estaba yo, pensando en lo que Fanny me acababa de decir. ¿Insignificante? ¿Yo? La verdad es que no me lo consideraba. Sabía perfectamente que me lo había dicho para fastidiarme y para hacerme sentir peor de lo que estaba.

Alguien abrió de nuevo la puerta del baño. Esta vez no era Fanny, sino Auro. En cuanto me vio, vino y me abrazó. Ella sabía perfectamente que me pasaba algo. Me conocía muy bien aunque Nanni me la presentara hacia un mes.

- ¿Qué te pasa, Leire? Cuéntamelo todo. – dijo una vez nos separamos.
- Sé que en cuanto te lo diga, te vas a enfadar.
- No, ya verás como no. Pero cuéntamelo. No me gusta verte así. ¿Ha pasado algo con Fanny o con Edgar?
- No, no es por ellos. Esta vez no.
- ¿Entonces? – preguntó intrigada.
- Es por… vosotras. Bueno, por ti y por Nanni.
- ¿Qué te hemos hecho nosotras? Si siempre estamos intentando ayudarte en todo.
- Sí, lo sé. Pero es que hoy estoy un poco embajonada, y no sé por qué. Os he visto, tú con mi hermano y Nanni con Eric y me he sentido sola.
- ¡Pero si no te hemos dejado sola en ningún momento! – dijo exaltada.
- No, directamente, pero ahora cuando estábamos en la cafetería, tú te has sentado con Isaac y Nanni con Eric. Y yo me he quedado sin sitio. Me he encontrado desplazada y mal y me he ido.
- Lo siento, no lo hemos hecho aposta. De echo, si había sitio. Solo tenías que haberte cogido una silla y haberte sentado con nosotras.
- Ya. Sé que he exagerado un poco la situación, pero es como la he visto y la he vivido en ese momento. Pero es que, vosotras sabéis perfectamente que ahora estoy mal por todo lo que me ha pasado con Edgar. Deberíais ayudarme.
- ¡Pero si es lo que estamos haciendo! Mira, creo que ahora estás un poco cegada y estás sacando las cosas de quicio. Nosotras vamos a estar en la cafetería con todos los demás, en cuanto te tranquilices, vas ¿vale?
- De acuerdo. – acepté.

Auro salió del baño como Fanny había hecho hacía unos diez minutos atrás.
¿De verdad estaba cegada y estaba sacando las cosas de quicio, como me había dicho Auro? Ella estaba viendo las cosas desde otra perspectiva. A lo mejor tenía razón, aunque yo no lo veía así.

Me eché agua de nuevo en la cara, respiré hondo un par de veces y salí del baño con la cabeza gacha. Me topé con alguien.

Levanté la cabeza y vi a alguien que no conocía. Su cara me era familiar, pero no tenía el placer de conocerle. Era un chico alto, moreno con los ojos marrones claros. Más o menos tendría la edad de Edgar o quizá la de Eric.

- Lo siento. He salido rápido del baño y no te he visto. Perdona. – le dije mientras le tocaba el hombro en señal de disculpa.
- No pasa nada. Yo también iba un poco pensando en mis cosas y no me he dado cuenta de que salías en ese momento del baño. – me sonrió. Tenía unos dientes relucientes y una sonrisa bonita. – Por cierto, ¿cómo te llamas?
- Soy Leire. – sonreí. – ¿Y tú nombre?
- Mi nombre es Mark. Por cierto, tienes un nombre poco común.
- El tuyo tampoco es muy normal, que digamos. – ambos reímos por la estupidez de nuestra conversación. – Oye, ¿a qué curso vas? Es que tu cara me suena, pero no sé de qué.
- Te sonará de verme por aquí por el instituto. Voy a 1º Bachiller.
- ¡Ah! Como mi hermano. ¿Lo conoces? Se llama Isaac.
- Sí, claro que lo conozco, como no. Es de lo más popular que hay en el instituto. Entonces también serás hermana de Carla, claro.
- Por supuesto. – sonreí. – Que también es de lo más popular que hay en el instituto. Y luego estoy yo.
- ¿Qué pasa contigo? – preguntó intrigado.
- Pues que yo soy de lo más normal y paso más bien desapercibida.
- Como yo, entonces. – sonreímos.
- Bueno Mark, yo me voy a ir que mis amigos me están esperando.
- Espero verte algún día por el instituto, Leire.
- Lo mismo digo.

Él entró en el cuarto de baño de los chicos y yo me dirigí hacia la cafetería. La cara de Mark me era muy familiar. Como él había dicho, seguramente nos habíamos topado por el instituto en innumerables ocasiones. Éramos muchos y era casi imposible conocer a todo el mundo.

Al llegar a la cafetería, todos los del grupo se me quedaron mirando. Cogí una silla de una mesa próxima y me senté con ella. Nadie dijo nada, aunque Auro y Nanni se me quedaron mirando con una mirada que hablaba por si sola. Yo, simplemente, agaché la cabeza.

Enseguida tocó el timbre y nos dirigimos todos a clase, y con ello mi pesadilla. Me senté en el mismo sitio, por lo que seguía teniendo a Edgar detrás junto con Ben. Me puse nerviosa, no pude remediarlo. Me seguía poniendo nerviosa, aunque ya no nos habláramos, ni siquiera nos miráramos. Sentía, también, la mirada de Fanny en mí, sin que la apartara ni un momento. ¿Acaso no se fiaba de mí? Edgar ya era suyo, de su propiedad. ¿Por qué seguía sin dejarme en paz? ¿Por qué seguía agobiándome? ¿Por qué seguía haciéndome la vida imposible? Por más que me formulara estas preguntas en la cabeza, no encontraba respuestas para ellas.

Cuando por fin acabaron las clases, recogí todas mis cosas de la mesa y las guardé en la mochila sin ningún orden. Quería salir de allí lo antes posible. Cogí la mochila del asa y me dirigí hacia la puerta aunque Cynthia, llamándome desde su sitio, hizo que retrocediera sobre mis pasos.

- ¿Qué ocurre? – le pregunté.
- ¿Te apetece que hagamos algo esta tarde?
- ¿Tú y yo? ¿Y eso? – me estaba resultando algo raro lo que Cynthia me estaba proponiendo.
- Sí, tú y yo. Es que últimamente todos los demás están muy ocupadas: Carla con Hugo, Dafne con Eloy…
- Auro con Isaac, Nanni con Eric…
- Vaya, entonces me comprendes mejor de lo que pensaba. – dijo sonriendo.
- Si, te entiendo bastante bien. Pues por mi bien, ¿qué quieres que hagamos? ¿qué te apetece?
- No sé. Podríamos ir a algún bar a tomarnos algo y a pasar la tarde.
- Vale. ¿Quedamos sobre las seis?
- De acuerdo. Pues a las seis en el parque, ¿vale?
- Hecho. – le sonreí.

Me di media vuelta y salí de clase. Auro y Nanni estaban en la puerta esperándome. Me resultó raro que Isaac y Eric no estuvieran con ellas.

- No están porque queríamos acompañarte nosotras a casa. – dijo de repente Nanni.
- ¿Perdona? – dije yo un poco sorprendida.
- Que les hemos dicho a Eric y a Isaac que se fueran, que nosotras hoy nos íbamos contigo.
- ¿Y por qué me decís esto? Yo no he dicho nada.
- No has dicho nada, pero te conocemos y te lo vemos en la cara. – dijo Auro. – No queremos que vuelvas a pensar a pensar que te dejamos de lado, porque sabes que no es así.
- Esta conversación ya la hemos tenido Auro, y creo que ha quedado suficientemente claro.
- Sí, pero era para recordártelo. Por si acaso. – añadió.
- Oye, ¿y de qué estabas hablando con Cynthia? – preguntó Nanni.
- Hemos quedado las dos esta tarde para ir a un bar a tomarnos algo, pero si os queréis venir, os venís, que no pasa nada. Es que he supuesto que ibais a quedar con vuestros chicos.
- Pues has supuesto mal. – dijo Nanni. – Pero no pasa nada. Vete con Cynthia.

Salimos del instituto. La tensión que había entre nosotras se podía cortar con un cuchillo. Sabía perfectamente que ellas se habían mosqueado conmigo por haber quedado con Cynthia y no haberles dicho nada. Pero yo también tenía motivo para estar molesta, y no lo estaba.

Todo el camino hacia nuestras casas nos lo pasamos en silencio. Al llegar nos despedimos con un frío “adiós”, y cada una se fue hacia sus respectivas casas.

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martes, 12 de octubre de 2010

Solo dale tiempo.

Nanni y Eric se despidieron con otro beso, y las tres entramos, por fin, en clase. Y, de repente, me topé con su mirada. Edgar estaba sentado en las últimas mesas, al lado de Ben. Era extraño que no estuviera con Fanny, la que era ahora su novia. ¿Habría pasado algo entre ellos? ¿O solamente no querían estar juntos todo el tiempo? Miré hacia el otro lado de la clase. En la otra punta estaba Fanny junto con sus “amigas”, porque no sabía a ciencia cierta si Jess, Karen o Raquel eran amigas de Fanny.

Me senté al lado de Cynthia. Estaba delante de ellos, pero eso no me importó demasiado. Le saludé. Ella hizo lo mismo. Me acomodé en mi asiento y saqué todas las cosas preparada para cuando el profesor viniera a dar la clase.
En ese instante Cynthia se giró hacia atrás. Al parecer Ben le había tocado el hombro para que ésta se girara.

- ¿Qué quieres? – le dijo Cynthia con un tono no muy amigable.
- ¿No me vas a preguntar dónde estuve ayer todo el día? – preguntó Ben impaciente porque ella se lo preguntara.
- No, no te lo voy a preguntar porque no me interesa para nada.
- ¿Enserio?
- Claro que es enserio. O si no te lo habría preguntado ya, ¿no? ¿Y lo he hecho? ¿Verdad qué no? Pues ya está. No me interesa.
- Pues vaya. – noté decepción en la voz de Ben.

Cynthia volvió a girarse hacia adelante. Se me quedó mirando y me hizo un guiño. Entendí a la perfección lo que significaba. Como me había comentado el día de antes, a Cynthia le gustaba Ben, pero quería ir poco a poco. Pretendía conocerlo antes bien para luego no tener disgustos. Ella tampoco quería que él se pensara que iba detrás de él como un perrito faldero se tratase. Cynthia tenía las cosas muy claras, y no sé dejaba chafar por nadie. Era una chica decidida y que nadie podía dominar. Si ella hacía algo, era porque, realmente, ella quería hacerlo.

Las tres clases siguientes antes del recreo se me pasaron verdaderamente muy lentas. Sentir que tenía detrás mismo a Edgar hacia que no me pudiera concentrar. Tenía miedo de que en cualquier momento él pudiera decirme o hacerme algo. Pero no pasó nada de eso. De vez en cuando podía oír cómo le comentaba algo a Ben, pero siempre relacionado con algo que en ese momento estaba explicando el profesor. Si estaba cambiando, sí. Siempre que se sentaba con Ben hablaban de cualquier cosa, por muy tonta que fuera. Pero ahora no. ¿Acaso también estaba perdiendo la relación con su mejor amigo?

El timbre para salir el recreo. “Por fin” pensé. Un minuto más en esa clase y cerca de Edgar y me hubiera dado un sincope o algo por el estilo. Salí de clase y me quedé en la puerta de ésta esperando que Nanni y Auro salieran. Pero no fueron ellas las que aparecieron primero, si no Fanny con sus secuaces. Ni si quiera me dirigieron una simple mirada, excepto Karen. Iba la última de las cuatro. Cuando pasó por mi lado me dirigió tímidamente una ligera sonrisa, que yo le correspondí sin pensármelo. Me daba pena. Esperaba que fuera capaz, y pronto, de dejar a esas chicas y buscarse otras amigas que supieran apreciarla, porque realmente era muy buena chica.

Pocos segundos después salieron mis amigas y nos fuimos hacia la cafetería. Mis amigas estaban empeñadas en que fuéramos allí, ya que iban a estar Eric e Isaac. Era entendible, pero también debían pensar un poco en mí, ¿no? A lo mejor a mi no me apetecía estar en aquel sitio compartiendo espacio con Edgar. Bastante había tenido en clase. Quería relajarme, y así no lo iba a conseguir. “Leire, no seas egoísta” oí decir en mi mente. Tenía toda la razón. Debía hacer de tripas corazón e ir allí con todos.

Llegamos y mi preocupación desapareció por completo. Edgar no estaba. Uf. Menos mal. Podría estar tranquila y comportándome como realmente era.

Nos sentamos en la mesa. Auro al lado de Isaac y Nanni de Eric. ¿Hola? ¿Y yo dónde? Miré a mis amigas pero ellas no se dieron cuenta de mi situación en aquel momento. Eché un vistazo a toda la mesa sin encontrar donde sentarme. Noté como de repente algo se ponía en mi garganta impidiendo que yo pudiera tragar. Mis manos empezaban a temblar y a sudar. Un sudor frío subía hacia mi cabeza.

Me di media vuelta y salí de allí rápidamente. No se me ocurrió actuar de otra forma nada más que de esa. No quería montar un numerito, aunque sabía de sobra que ya lo había hecho.

Me fui casi corriendo al servicio de chicas. ¿Qué era lo que me estaba pasando? No lo entendía del todo bien, aunque podía saber a que era debido. Veía como cada una de mis amigas tomaba un camino diferente, y a mí me dejaban totalmente sola, sin saber qué hacer ni cómo actuar. ¿Realmente me sentía tan sola?
Una lágrima cayó por mi mejilla. La quité de allí. No quería llorar, y menos en el instituto.

Abrí el grifo de los baños. Metí las manos debajo y, haciendo como una especie de cuenco, me mojé la cara. Suerte que esa mañana no me había maquillado, sino se me hubiera corrido todo el maquillaje. Me miré al espejo. Estaba horrible. Los ojos hinchados y rojos de haber llorado.

Alguien abrió la puerta en ese momento. “Lo que me faltaba” pensé. Fanny estaba de pie, detrás de mí. Me di la vuelta.

- ¿Qué quieres? – le pregunté a la vez que me giraba para ver mejor todos sus movimientos.
- ¿Yo? Nada en especial. – se apoyó en la pared del baño mientras cruzaba los brazos.
- Entonces… ¿qué coño haces aquí?
- Venía al baño. ¿Es que a caso no puedo? – me vaciló.
- Sí, claro que puedes. Pero sé que no has venido a eso.
- Pues claro que no, payasa. He venido a reírme de ti. He visto como salías de la cafetería afectada, y quería saber lo que te pasaba para reírme a gusto.
- Ya te puedes pirar de aquí, porque no te lo pienso contar. – dije dándole la espalda y quedándome enfrente del espejo.
- Como te tomo el pelo.
- ¿A qué te refieres? – vi por el espejo que Fanny venía hacia donde estaba yo. Se puso a mi lado.
- Sé perfectamente lo que te ocurre. Ves como tus amigas te están dejando de lado para estar con sus respectivos novios.
- Eso no es verdad. – mentí. ¿Cómo podía ella saberlo?
- Claro que es verdad. Además, te lo noto en la mirada. – agaché la cabeza y miré al suelo. No aguantaba que me intimidara con su mirada. - ¿Lo ves? Y tampoco soportas que Edgar esté conmigo.
- Eso no me preocupa demasiado. Sé que no vais a durar mucho tiempo. Se os ve de lejos. Solo dale tiempo. – no estaba muy segura de lo que decía, pero lo dije.
- Bueno, eso es solo lo que piensas tú. Es una insignificante opinión proveniente de una insignificante persona.

Me miró de arriba abajo y se marchó del baño dando un portazo al salir.

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jueves, 7 de octubre de 2010

Un martes cualquiera.

Abrí un ojo. Después el otro. Aún no había sonado el despertador. Miré la hora. Tan solo faltaban un par de minutos para que fuera la hora de levantarme. Apagué la alarma para no tener que oírla.
Me senté en el borde de la cama. Apoyé un pie en el suelo. Después el otro. Me levanté de la cama, después de contar hasta tres. Me fui directamente al baño a darme una ducha, como todas las mañanas.
Después elegí unos simples pantalones de pitillo, una camiseta de manga corta y unas romanas en los pies. Me pinté muy poco. Tenía buena cara, y no hacía falta mucho maquillaje.

Bajé al salón. Como siempre, mi madre ya no estaba en casa. Muy pocos eran los días que la pillaba en casa y me podía despedir de ella.
Pasé a la cocina. Isaac se encontraba en la mesa, con un vaso de zumo delante. Tenía cara de sueño.

- Buenos días. – le dije al llegar.
- Mmm. – fue lo único que pudo contestar.
- Yo también te quiero. – cogí un vaso y me eché un vaso de leche.
- Lo siento, enana. Es que no he dormido nada bien. He estado casi toda la noche en vela, y no sé por qué, porque no estoy preocupado por nada.
- Puf. Puede ser por cualquier cosa. – le dije.
- Lo sé. En cuanto llegue a casa me voy a acostar la siesta y no me voy a levantar hasta mañana.
- A ver si es verdad y lo haces. Seguro que luego te vas por ahí a cualquier sitio.
- Ya verás cómo no.

Carla no tardó en bajar también a la cocina. Nos dio los buenos días a los dos. Se puso una rodaja de pan en la tostadora. Mientras esperaba se sentó a mi lado en la mesa.

- Vale, ahora que no está mamá quiero que me expliques lo tuyo con Dani. – me dijo sin andarse por la ramas.
- ¿Lo mío con Dani? No hay nada que explicar Carla, porque no hay nada.
- Ya, eso no te lo crees ni tú.
- De verdad. Te lo juro. Solo somos amigos. El sábado me ayudó mucho. Y ayer me llamó y me invitó al cine, pero como amigos. Nada más. No pasó nada.
- No sé si creerte mucho.
- ¿Por qué? No te estoy mintiendo.
- No tiene cara de mentir. – añadió Isaac.
- Lo sé, pero yo estuve saliendo con Dani y lo conozco. Conmigo hizo lo mismo.
- Hombre, no es por joderte Carla, pero es lo que normalmente suele hacer la gente: va al cine y todas esas cosas. Y porque vayan dos amigos no quiere decir que alguno de ellos quiera algo más.
- Bueno, yo solo digo lo que pienso. Darle tiempo al tiempo, y veréis como tengo razón.

Nadie dijo nada más. Enseguida llamaron a la puerta. Carla se levantó de su silla como un rayo y fue a abrir la puerta. Detrás de ésta se encontraba Hugo. Se abalanzó sobre él, y después de darle un largo abrazo le plantó un beso en los labios.

Mientras Carla subía a coger la mochila a su habitación, Hugo pasó a la cocina en donde estábamos nosotros.

- Hola chicos.
- ¡Que pasa tío! – Isaac se levantó de su silla y se estrecharon las manos a la vez que se daban una palmada en la espalda en señal de saludo.
- Hola Hugo. – le dije saludándole con la mano desde mi sitio.
- ¿Aún estáis desayunando? No es por meteros prisa, pero como tardéis mucho más no vais a llegar a clase.
- No te preocupes. Ahora cojo la moto y nos vamos volando para allá, ¿no? – dijo Isaac mientras me miraba. Yo asentí.
- ¡Ah, bueno! – Hugo sonrió.
- Por cierto Hugo, ¿y tú hermana? – preguntó Isaac mientras se terminaba de un trago lo que le quedaba en el vaso de zumo.
- En casa estaba. Había quedado con Nanni para ir al instituto, como todos los días. Oye, enhorabuena. – le dijo mientras le daba unas palmaditas en la espalda. – Ya me he enterado que estás saliendo con mi hermana.
- Si, desde ayer. – contestó Isaac. Noté como se sonrojaba.
- Espero que la trates bien, ¿eh? Como me enteré de que le haces algo… - Hugo intentó ponerse serio, aunque no lo consiguió.
- No te preocupes, tío. La voy a tratar muy bien.
- A ver si es verdad. Mi hermana está muy ilusionada.
- Y yo, y yo. – los dos sonrieron. – Lo mismo digo con Carla, ¿eh?
- ¡Madre mía! – añadí yo al no saber ya que comentar al respecto. – Menudos cuñados más empalagosos. Trátala bien, no, trátala bien tú. Cada uno que se preocupe de su relación y ya está. Todo arreglado. – todos reímos.

Carla acababa de bajar. Hugo se despidió de nosotros, y los dos, cogidos de la mano, salieron de casa.
Nosotros fuimos a por nuestras respectivas mochilas y los cascos, y fuimos a sacar la moto.

En menos de cinco minutos ya estábamos en el instituto. Esperé a que Isaac aparcara la moto, y los dos juntos nos fuimos hacia la puerta. Allí ya estaban Nanni y Auro. Era algo extraño. Siempre solían llegar tarde.
Isaac, al ver a Auro, le dio un prolongado beso en los labios mientras Nanni y yo los mirábamos con cara de tontas. Nanni aún tenía al chico que le gustaba a su lado, pero, en cambio yo, no podía decir lo mismo.

Nos despedimos de Isaac y las tres juntas nos fuimos hacia la clase. En la puerta de ésta, apoyado en el marco, estaba Eric, esperando a Nanni. En cuanto la vio, no pudo evitar que apareciera en sus labios una sonrisa. Nanni se abalanzó, literalmente, sobre él mientras le besaba. Volví a mirarlos como si de una tonta se tratase. ¿Pero qué estaba pasando? Carla con novio, Auro con novio, Nanni con novio… ¿y yo qué? ¿Qué pasaba conmigo? ¿Acaso no me había portado bien en la vida para que el amor no me sonriera? No me sabía mal que mis amigas tuvieran novio, ni mucho menos, todo lo contrario, me alegraba por ellas. Estaban felices, y eso me sobraba. Quería verlas bien, y ahora mismo lo estaban. Así que no podía pedir nada más.

Lo que no me hacía mucha gracia es que siempre estuvieran con ellos. Era normal. Habían empezado a salir hacía muy poco. En el caso de una un par de días, en el caso de la otra, apenas veinticuatro horas. Pero no me gustaba tener que soportar como ellas se besaban con sus respectivos novios demostrando su amor, mientras yo me quedaba mirándolos sin saber cómo actuar.


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martes, 5 de octubre de 2010

¿Por qué tengo que elegir yo?

Abrí la puerta y allí estaba Dani, radiante, como siempre. Con su pelo despeinado y su barbita de tres o cuatro días, pero siempre cuidada. Le di dos besos.

- Qué guapo te has puesto. – le dije después de haber cerrado la puerta de la casa.
- Claro, está es una ocasión especial, ¿qué te pensabas? – los dos reímos. Dani era así. Siempre con bromas.
- Oye, ¿y tú no me dices nada a mí o qué? – le dije mientras me cruzaba de brazos en señal de enfado, aunque realmente no lo estaba.
- ¿Para qué te voy a decir algo? Si todo lo que te pueda decir con palabras se queda corto. – me sonrojé, aunque no sabía exactamente por qué. Tan solo era un cumplido, y lo sabía, pero aún así, consiguió que me sonrojara.
- Que tonto eres. – le dije mientras le pegaba una pequeña palmada en el brazo.

Hablando de unas cosas y otras llegamos al centro comercial. Con Dani daba igual de lo que hablara, siempre conseguía sacarme una sonrisa. Me encontraba muy a gusto cuando estaba con él.
Llegamos a las salas del cine. Los dos, como tontos, nos quedamos mirando atentamente las películas que en ese momento se proyectaban en ese cine. Había dos de acción, tres de miedo, dos de risa y una de amor. Esperaba que Dani no quisiera ver ni las de acción ni las de miedo. No me gustaban para nada. Y si quería ver la de amor, era un mal presagio. Significaba que la salida no había sido entre dos amigos y que él pretendía algo más conmigo.

- Bueno, ¿qué te apetece ver? – me preguntó al ver que yo no decía nada.
- No sé… pero te rogaría que de miedo no, por favor.
- ¿Por qué? ¿Es que te dan miedo? - intentó imitar a un fantasma, pero que no causaba nada de miedo, más bien algo de risa. Y eso fue lo que hice.
- Pues como me tengan que causar el mismo miedo que tú… - los dos reímos. – No, enserio. De miedo no, que luego sueño cosas extrañas y no hay quién me calmé.
- Vale, de miedo descartada. Y, como conozco demasiado a las tías… - dejó caer. – Supongo que de tiros y coches volando y todo lo relacionado tampoco, ¿verdad?
- Acertaste. – o tenía súper poderes y me había leído la mente, o de verdad conocía a las chicas. Lo último casi me asustó más que lo primero.
- Vale, entonces nos queda la romanticona y las graciosas. Elige.
- ¿Por qué tengo que elegir yo?
- Porque si lo hubiera hecho yo, ya estaríamos dentro del cine viendo como unos tíos se pegan tiros unos a otros.
- Vale, vale, lo comprendo. No sé…a mi me apetece ver alguna de risa, ¿o qué?
- Uf. Menos mal. Tenía pánico de que pudieras elegir la romanticona, y en mitad de la película te me pusieras a llorar desconsoladamente.
- ¡Qué capullo eres! Yo no soy así.
- Uf. Menos mal, por segunda vez. – los dos reímos.
- Vale, pues vamos a entrar a una de las de risa. Pero vamos ya, que queda diez minutos para que empiecen.

Dani se acercó a la taquilla y compró dos entradas para una de las comedías que habíamos elegido. Me puse de morros cuando él no me quiso coger el dinero de la entrada. Decía que había sido él el que me había invitado a ir al cine, y, por tanto, le tocaba a él pagar. Era una buena excusa, pero no me convenció del todo.
Entramos a la sala y nos sentamos en los asientos que la chica de la taquilla nos había asignado.

- ¿Te apetece algo? – me preguntó cuando nos habíamos acomodado en los asientos.
- Ahora que lo dices…unas palomitas no estarían mal.
- Marchando una de palomitas. – Dani se levantó del asiento, pero le cogí del brazo y volvió a sentarse en su sitio. - ¿Qué ocurre? – me preguntó.
- Tú me has pagado la entrada, ahora me toca a mí pagar las palomitas.
- De eso nada, Leire. Te he invitado yo al cine, y cuando se invita al cine, se invita a todo lo relacionado con él, y las palomitas entran dentro del pack. Así que… lo siento. – se volvió a levantar, pero lo volví a coger impidiéndole que lo hiciera.
- No. Quiero pagar yo las palomitas, enserio Dani. Si no, no voy a querer salir más contigo si no me dejas pagar nada. Yo así no me siento a gusto.
- Está bien, de acuerdo. Tú ganas. Pero que sepas que es la primera y la última vez que pagas algo. – sonreí. Abrí mi bolso y saqué un billete de veinte euros que di a Dani. – Bueno, pues ahora mismo vuelvo. – se levantó, pero lo volví a sentar. - ¿Y qué pasa ahora? Como me vuelvas a hacer eso otra vez, no me levanto más y vas tú a por las palomitas. – los dos reímos.
- Era para decirte que me comprarás también una fanta de naranja.
- Hecho.

Se levantó, pero ahora no me opuse a ello. Habíamos tenido la típica pelea de novios. Pero no, no lo éramos. Tan solo éramos dos buenos amigos que habían quedado la tarde de un lunes para salir al cine. Nada más. Entonces… ¿por qué estaba intentando auto convencerme si lo tenía tan claro?
Cuando quise darme cuenta Dani ya estaba de vuelta. Traía una bandeja porque no podía con los dos paquetes de palomitas y las dos bebidas. Pobre. Dani era un buen chico.
Le cogí mi paquete de palomitas y mi fanta. Acto seguido me devolvió lo que había sobrado de dinero.

Empezó la película. Los dos nos acomodamos bien en los asientos dispuestos a ver el film. De vez en cuando soltábamos alguna que otra risotada a causa de alguna escena graciosa, pero por lo demás no pasó nada más. Dani no intentó en ningún momento cogerme la mano o cualquier otra cosa. Me sentí aliviada. ¿En serio? ¿O en verdad deseaba que él lo hiciera?
Había ido a la cita con una idea equivocada. Desde que Auro me había dicho que yo le gustaba a Dani, todo parecía haber tomado un camino diferente. Seguramente Auro se lo había inventado, y a causa de eso, yo me había hecho unas ideas equivocadas en mi cabeza. Dani tan solo quería ser mi amigo, y así lo estaba demostrando.

Al acabar la película, las luces de la sala se encendieron. No había cosa que me diera más rabia. No me gustaba nada cuando hacían eso, porque te habías acostumbrado a la oscuridad del cine.
Nos levantamos los dos del asiento casi a la vez y fuimos comentando la película hasta la salida del centro comercial.

- Leire, ¿te apetece que cenemos en algún lado?
- No es que no quiera, pero es que le he prometido a mi madre que estaría en casa a la hora de la cena. No le gusta nada que salga entre semana, y me ha dejado salir con esa condición. Lo siento Dani, porque la verdad es que si me apetece.
- No pasa nada. Otro día, ¿vale?
- Hecho.

Nos encaminamos hacia nuestras casas mientras seguíamos comentando escenas que nos habían hecho gracia de la película. Me acompañó hasta mi casa.

- Gracias por acompañarme.
- De nada, señorita. Pero son treinta euros. – dijo mientras estiraba la mano para que le diera el dinero.
- ¡Imbécil! – los dos reímos.
- No, no, no te rías que es verdad. – se puso serio. Yo hice lo mismo. - ¡Ay, tonta! Ven aquí. – me cogió de los hombros y me atrajo hacia él. Me dio un abrazo. Rodeé su cintura con mis brazos. Estaba fuerte, muy fuerte.
- Espero quedar contigo otro día. – le dije cuando ya nos habíamos separado. – Me lo he pasado muy bien esta tarde.
- Yo también. Pues cuando quieras, quedamos. Algún día que no tengas nada que hacer y te aburras, me llamas y vamos a algún sitio. ¿Te hace?
- Me hace. – los dos volvimos a reir.
- De acuerdo, entonces. Pues nada, es hora de irme. Ya nos veremos.
- Hasta luego, Dani. – le di un beso en la mejilla.
- Adiós.

Se dio media vuelta y se fue. Lo observé durante un par de segundos. Andaba de forma despreocupada con las dos manos en los bolsillos. Tenía buen porte.
Entré en casa, cerrando la puerta a mis espaldas. Mis hermanos ya se encontraban en la cocina poniendo la mesa. Subí en un momento a la habitación a dejar el bolso y bajé de nuevo.
Al sentarme en la mesa mi madre me preguntó qué tal me había pasado la tarde de cine.

- Muy bien, la verdad. La película ha estado muy graciosa.
- ¿Con quién has ido? – me preguntó Carla mientras se metía en la boca un trozo de pollo.
- Con Dani. – se atragantó.
- ¿Con Dani? ¿Y eso? – preguntó Isaac.
- ¿Cómo qué y eso? Dani es mi amigo. ¿A caso no puedo irme al cine con un amigo?
- Claro que sí. – contestó Carla. – Pero no sé… - mi madre ponía cara de no entender nada, aunque no se atrevió a meter baza en el asunto.

Terminamos de cenar en unos pocos minutos después. Me levanté de la mesa, ayudé a quitar todos los platos, y después de despedirme de los tres, me subí a mi habitación. No quería acostarme tarde, porque sino al día siguiente estaría rendida.
Me puse el pijama y me acosté. Pensé en Edgar, pero ese pensamiento fue reemplazado cuando apareció en mi mente la cita que había tenido con Dani. Me lo había pasado realmente bien con él. Esperaba que nos volviéramos a ver muy pronto. Le tenía cierto cariño, y eso que no nos conocíamos muy bien.


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