jueves, 22 de abril de 2010

¡Que mala es la resaca!

Abrí los ojos. Mi cuarto daba vueltas mientras sentía unos fuertes pinchazos en la cabeza. Parecía que tuviera una banda de música tocando cerca de mi oreja. ¡Qué sensación más horrorosa! Me di la vuelta, pero el dolor de cabeza no cesaba. Miré el móvil que estaba encima de la mesita de noche. Las dos y media del mediodía. ¿Y mi madre no había venido a despertarme? Eso era un poco raro.
Me levanté como pude de la cama, agarrándome por el camino a todo lo que pillaba. Aún estaba mareada y no tenía fuerzas no siquiera para andar. Era incapaz de poner un pie detrás del otro.
Fui el cuarto de baño. No había nadie allí. Me miré al espejo. “Que cara tan horrible”, pensé. Abrí el grifo del agua fría y me lavé un par de veces la cara. Esperaba que eso me despejara un poco, aunque no fue del todo así.
Alguien abrió la puerta del baño e Isaac entró a toda prisa, levantó la taza del váter, y agachándose un poco, empezó a vomitar.
Puse cara de asco e, inmediatamente después, salí del baño cerrando la puerta a sus espaldas. Pobre Isaac. Ayer se pasó demasiado y ahora estaba pagando las consecuencias. Así seguro que la próxima vez controlaba más lo que bebía y lo que fumaba.
Fui de nuevo a la habitación. Ya eran las dos y media y el estómago empezaba a rugirme. Tenía un poco de angustia, pero el hambre era superior a todo lo demás. Me recogí el pelo en una coleta, y sin quitarme el pijama bajé a la cocina.
Carla estaba entre los fogones. Eso si era extraño. Y lo más raro aún, es que lo que estaba cocinando hacía buena olor.

- ¿Qué estás haciendo, Carla? – le pregunté sentándome en una de las sillas de la cocina.
- Pues la comida, ¿qué si no?
- ¿Pero mamá no está?
- No, se ha ido a comer a casa de Rita. La ha invitado. Y mamá no ha podido negarse.
- Lo entiendo. ¿Y qué estás preparando? Porque huele de lujo.
- Son espaguetis a la carbonara. Es la primera vez que los hago, pero no tienen muy mala pinta. – me levanté y me asomé a la cacerola. Realmente, tenían buen aspecto. - ¿Qué tal llevas la resaca?
- Bien. Bueno, tengo algo de angustia, pero también tengo hambre, así que… ¿y tú qué?
- ¿Yo? De lujo. A penas tengo dolor de cabeza. Bebí bastante, pero lo hice poco a poco. Y ahora casi no tengo resaca.
- Pues díselo a Isaac, porque él si que está mal. Ayer me dio un buen susto.
- Ya, ya lo sé. Me lo ha estado contando antes. Seguro que le sirve de lección. La próxima vez se controlará más.
- Eso espero. Yo no quiero llevarme, de nuevo, un susto como ese.
- Por favor, no habléis tan alto. Me va a estallar la cabeza. – Isaac acababa de aparecer en la cocina. Tenía la cara descompuesta. Se sentó en una silla
- ¿Ya estás mejor? – le pregunté.
- Sí, bueno…no paro de ir al baño a vomitar.
- Menos mal que no está mamá aquí, sino ibas a ver lo que es bueno. – añadí. Isaac puso las manos en la mesa y apoyó su cabeza en ellas.
- Yo no voy a comer mucho, Carla. No quiero forzar el estómago. – dijo Isaac sin levantar la cabeza.
- No te preocupes. Tú come lo que tengas hambre.

Me levanté de la silla y empecé a poner la mesa. Isaac se levantó a ayudarme. En diez minutos ya estábamos comiendo. Y en media hora estábamos recogiendo la mesa y sentándonos en el sofá. Yo aún llevaba el pijama. Y no pensaba quitármelo en todo el día. Después de una fiesta, lo mejor que se puede hacer es quedarse en casa descansando. Y qué mejor que hacerlo en pijama.
Subí de nuevo a mi cuarto y me tumbé en la cama. Cerré un poco los ojos. Enseguida me vino a la cabeza todo lo que había ocurrido la noche anterior: Edgar, Eloy, Fanny, Dani… Había sido una noche bastante movidita, y no había tenido desperdicio. Pensaba que esa noche iba a ser especial porque, por fin, después de mucho pensármelo, le iba a decir que sí a Edgar: que quería salir con él, pasar todo mi tiempo a su lado, que me abrazara, besara y me hiciera sentir especial y única. Pero nada de eso pasó. Todo lo contrario. Me hizo sentir fatal, y lo peor aún, delante de todo el mundo. No me dejó explicarme. No quiso saber mi historia, mi argumento. No, no quiso. Era más fácil creerse todo lo que otra te cuenta sin contrastar los hechos. Eso era mucho más fácil.
Algo me sobresaltó. Mi móvil estaba sonando sin cesar. Abrí los ojos y lo cogí inmediatamente.

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