martes, 23 de febrero de 2010

Cada vez más nerviosa.

Abrí el armario y cogí ese vestido rojo que tanto me gustaba, pero que aún conservaba la etiqueta. Por fin lo podría estrenar. Esta era la ocasión especial. Era el día en el que le diría a Edgar que quería estar con él. Que le quería, que me gustaba, que desde la primera vez que lo vi me había enamorado de él perdidamente. Quería que fuera mío, por siempre y para siempre. Y ese vestido rojo estaba a la altura de aquella circunstancia.
Dejé el vestido encima de la cama. Cogí también los zapatos que Carla me había dado hacia dos días atrás. Los dejé cerca de la cama, para poder ver, una vez más, lo bien que quedaba ese conjunto. Aunque me faltaba un bolso. Revisé entre los míos, pero no encontré ninguno de mi agrado. Eran todos demasiado grandes, y no quedaban bien con ese vestido.
Fui a la habitación de Carla, y llamé a la puerta. Ella misma me abrió. Iba con una coleta en lo alto de la cabeza y sin pintar. Me era extraño encontrármela así, ya que siempre solía llevar algo de maquillaje en la cara. No es que lo necesitara, porque era de las chicas que tenía una belleza natural. Pero me había acostumbrado a verla siempre con un poco de colorete y la raya negra marcando sus bonitos ojos verdes.

- ¿Qué quieres?
- Venía a ver si me podías dejar un bolso para esta noche. Todos los que tengo son demasiado grandes y no me gusta mucho como quedan.
- Está bien, pero tú me tienes que dar ese bolso negro grande que tienes. Me va a quedar de miedo con los leguins de cuero.
- Claro, eso está hecho. – le sonreí. Estaba claro que si no se lo dejaba, ella tampoco me iba a dejar el suyo. Además, no me importaba.
- Anda, pasa enana.

Pase a su habitación. Muy pocas veces había pasado. Siempre me prohibía la entrada. No lo gustaba que la gente entrara en su habitación sin su permiso. La tenía bastante ordenada, pero aún así prefería la mía. Mi habitación por encima de cualquier cosa.

- Toma, aquí tienes. – me dio un bolso pequeño, con una correa bastante larga de eslabones entrelazados.
- Gracias Carla. Después de comer te acercas a mi cuarto y te doy yo el otro bolso, ¿vale?
- De acuerdo.

Salí de su habitación con el bolso entre las manos. Al llegar a mi cuarto metí algunas cosas dentro de él: un pintalabios, pañuelos, la cartera con el dinero y el DNI (aunque no sabía para qué, si cuando fuéramos al pub, por mucho que lo pidieran no podría entrar porque no llegaba a la edad). Metí también, aunque a presión, unas sandalias. Seguro que a mitad de la noche me cansaba de llevar esos zapatos de siete centímetros, y tendría que descansar. No estaba acostumbrada a llevar ese tipo de zapatos.

Después de comer, me subí de nuevo a mi cuarto. Nada más llegar, encendí el ordenador. Me fui directamente al Fotolog de Edgar, aunque no había nada nuevo en él. La misma foto, y algunos comentarios más acerca de la fiesta de esta misma noche. Miré de nuevo la foto. La verdad, es que Edgar salía guapísimo. Tenía la típica cara que él solía poner para hacerse el interesante. Sabía de sobra, que con esa expresión era capaz de volver loca a cualquier chica.
Me conecté al Messenger. Allí estaban mis dos amigas. Abrí una conversación a tres. Siempre lo solíamos hacer.

- Hola chicas. – dije yo saludando a las dos.
- Hola Leire, ¿qué tal? ¿Estás preparada para la fiesta de esta noche? Va a ser muy buena… - dijo Nanni.
- Y la vamos a pillar muy gorda. – añadió Auro.
- Chicas, esta noche es la noche. – dije yo.
- ¿A qué te refieres? – preguntó Nanni muy intrigada.
- Esta noche va a ser la noche en que le voy a decir a Edgar que quiero estar con él. Que desde siempre lo he querido, y que quiero compartir el resto de mis días con él.
- ¡Bien! – dijo Auro. – Muy bien, Leire. ¡Madre mía! Eso no me lo quiero perder por nada del mundo.
- ¡Por fin! Edgar y Leire. – añadió Nanni. – Lo que siempre habías deseado, L, y por fin se hace realidad. ¡Enhorabuena!
- Gracias chicas. Estoy muy eufórica. ¡Quiero decírselo ya!
- Nos lo imaginamos. – dijo Nanni.
- Oye chicas, ¿por qué no os venís a cenar a mi casa? Mis padres se van a cenar a casa de unos amigos y estoy sola en casa. – propuso Auro. – Mi hermano también estará, pero Jenny no, que se va con mis padres.
- Vale, por mí bien. – dije yo. – Nos llevamos la ropa y nos cambiamos allí, ¿no?
- ¡Claro! Pero venir un poco antes de las nueve, porque tenemos que ir a comprar las bebidas para esta noche. Nos compramos una botella para las tres, así nos gastamos menos dinero y bebemos lo que queramos, porque yo no sé lo que estos van a comprar.
- Muy bien. – añadió Nanni. - ¿Te parece bien que vayamos sobre las ocho?
- Me parece estupendo. Pues aquí os espero a las ocho, ¿vale?
- Vale. – dijo Nanni. – L, pues a las ocho menos cuarto paso a por ti, y nos vamos juntas para allá.
- Ok N. Chicas, luego nos vemos. Voy a ver si hecho un rato la siesta que si no esta noche no voy a poder aguantar hasta las tantas.
- Vale. Adiós. – dijeron las dos.

Me desconecté. Miré el reloj del ordenador. Ya eran las cinco de la tarde. La siesta iba a ser corta, porque me tenía que duchar antes de que Nanni viniera a por mí.

A las seis y media me desperté. Me metí en la ducha aún con los ojos cerrados. El agua fría recorrió mi cuerpo. Fue lo que me despejó por completo y me hizo pensar en la respuesta que le iba a dar a Edgar esa noche. No había pensado en las palabras adecuadas para darle la noticia. No quería pensar demasiado en ello. Es mejor decirlo como lo sientas en ese momento, porque, normalmente, cuando te lo preparas, siempre pasa algo que lo estropea y no queda nada bien.
Me arreglé el pelo. Cogí el rizador de pelo y me hice unos tirabuzones. Me lo dejé suelto. El pelo suelto siempre es más sexi. Además, si a ese vestido rojo pasión le ponía un recogido, dejaba al descubierto demasiada espalda y escote, y no dejaba nada a la imaginación. Y eso no era lo que yo quería.
Metí el vestido en una mochila, junto con las pinturas y los zapatos. Estaba nerviosa. Me temblaban las manos. Debía tranquilizarme.
Me acordé del bolso que tenía que dejarle a Carla, así que lo busqué y lo dejé encima de la cama.
Salí de la habitación con la mochila acuestas. Mi madre estaba en el salón, junto con mis hermanos. Carla estaba leyendo un libro que hacía poco se había comprado. Isaac, en cambio, veía la tele con cara de aburrido.

- Mamá, me voy a casa de Auro a cenar, ¿vale?
- De acuerdo, pero… ¿qué llevas en la mochila, cariño?
- Llevo lo de esta noche, mamá. Voy a salir un rato con mis amigas y después nos vamos a ir a un pub.
- Leire, cariño, no me gusta que te vayas por ahí sola con tus amigas, aún eres demasiado pequeña y…
- Mamá, no le eches el rollo. Va a estar con nosotros esta noche. – me ayudó Isaac.
- ¿Es verdad, Carla? – mi madre se dirigió hacia mi hermana, que levantó la vista del libro.
- ¿Es que no me crees a mí? – dijo Isaac.
- Claro que sí, lo que pasa que como siempre defiendes a tu hermana y le echas cables para que no le diga nada, no sé cuando me mientes y cuando no.
- Sí, mamá. Leire va a estar con nosotros. Y después nos vamos a ir todos a un pub donde nos dejen entrar y donde no sirvan nada de alcohol.
- Entonces… no iréis al parque a hacer botellón, ¿no?
- Mamá… ¡claro que no! – dijo Carla. – Al parque si vamos a ir, pero vamos a estar allí charrando un rato y bebiéndonos algunas cervezas, pero nada más.
- De acuerdo, ya me quedo más tranquila. No os paséis con la cerveza, ¿eh?
- No mamá, no te preocupes. – me acerqué a ella y le di un beso en la mejilla. Hice lo mismo con mis hermanos.

Salí de casa. No me gustaba mentir a mi madre, aunque en verdad yo no le había contado ninguna mentira. Todo lo había dicho Carla. Ella era la culpable, aunque a mí me había venido muy bien.

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martes, 16 de febrero de 2010

Con ojeras.

Abrí un ojo. Después el otro. Toda la habitación estaba a oscuras, aunque por una rendija de la persiana podía ver un rayo de luz que intentaba colarse en mi habitación. “Ya es de día” pensé. Me di la vuelta y miré el reloj del móvil que estaba encima de la mesita de noche. Marcaba las doce de la mañana.
Me levanté de un salto. Nunca solía dormir tanto tiempo. Normalmente era de las primeras en levantarme en casa, pero ese día se me habían pegado las sábanas.
Me miré en el espejo que tenía en mi habitación. Delante de él estaba yo, recién levantada, con el pelo alborotado y ojeras de no haber pasado una buena noche. Me había costado mucho poder conciliar el sueño, aunque por fin lo logré cerca de las tres y media de la mañana.
Entre trompicones salí de la habitación y me fui al cuarto de baño a lavarme la cara y a despejarme. Allí estaba Carla peinándose, y haciéndose diferentes peinados para esa misma noche.
- Ese no me gusta mucho.- le dije mientras me secaba la cara. Se había hecho una coleta en lo alto de la cabeza.
- ¿Enserio no te gusta? Vaya. A mí era de los que más me han gustado.
- Pues no, eso no te lo hagas. Te quedaría mejor si te plancharas el pelo y te recogieras el flequillo hacia atrás dejándote una especie de tupé.
- ¿Tú crees? – preguntó mientras se soltaba la coleta.
- Si. Además, te pega con la ropa que vas a llevar esta noche.
- Gracias, Leire. Parece mentira lo que nos está ocurriendo, ¿verdad? Antes nos llevábamos a matar, y ahora parece que nos caigamos bien y todo. – soltó una pequeña risotada.
- Carla, tú a mí nunca me has caído mal. Además, eres mi hermana.

Carla guardó las cosas del pelo en su cajón del baño y se fue. Me quedé mirándome al espejo. La verdad es que tenía una cara espantosa. Debería utilizar mucho maquillaje esa misma noche para poder tapar todas esas ojeras, que casi podía pisármelas.
Salí del cuarto de baño y me fui directamente a la cocina a tomarme un buen vaso de zumo fresco. Allí no había nadie. Abrí la nevera y cogí el brick de zumo de manzana, mi favorito. Me eché en un vaso limpio que había cogido del armario.
- ¿Cómo estás hoy, enana? – Isaac acababa de aparecer por la puerta de la cocina.
- Bien, muy bien. – contesté yo.
- Me alegro. – se acercó a mí, me dio un beso en la mejilla y me quitó el vaso de la mano dándole un gran trago. Me devolvió el vaso con una amplia sonrisa en la cara. Me di cuenta de que se lo había bebido todo de un trago.
- Que sea la última vez que haces eso, ¿de acuerdo?
- Si, señorita. Además, ¿qué más te da? En la nevera hay más. Ves y llénatelo.
- Por eso. Como en la nevera hay más, ¿tanto te cuesta cogerte tú un vaso y echarte zumo?
- No, pero es que tú lo haces con más cariño que yo. – se volvió a reír. – Venga, anda, no te enfades, que estás muy fea cuando te mosqueas.
- Déjame en paz, anda. – dejé el vaso vacío en la pila de fregar y me fui a mi cuarto dando pisotones.

Cogí el móvil que aún seguía encima de la mesita y volví a mirar la hora. Pero en vez de ver el reloj, vi que tenía un mensaje. Lo abrí:

“Buenos días, Leire. ¿Cómo estás? Espero que ya estés mucho mejor, y que no te haya vuelto a dar otra vez ese mareo que se que provoqué yo. Espero que me perdones. Un beso para tus dulces labios. PD: Esta noche te veo, preciosa”


Sonreí para mis adentros. ¡Qué mono era! ¡Si es que estaba en todo! No puede evitar contestarle. Le dije que ya estaba mejor, que no se preocupara más. Que la culpa de ese bajón de tensión no había sido por él, sino por la situación en general. Y que esta noche nos veríamos.
“Toc, toc”. Alguien llamando a la puerta. La puerta se abrió y ahí estaba él, apoyado en la puerta y con un vaso de zumo en la mano.
- ¿Qué haces, Isaac?
- Sé que al final no te has tomado el desayuno por mi culpa, por eso vengo a traerte otro vaso. – se acercó a mí con una sonrisa en los labios mientras me daba el vaso.
- Gracias, Isaac. – también le sonreí y di un sorbo de zumo.
- Está echado con mucho amor, ¿eh? – los dos empezamos a desternillarnos de risa.
- Lo sé.

Salió de mi habitación con esos andares tan característicos de él. Mi hermano era muy puntilloso, y siempre me hacía rabiar, pero era una muy buena persona y tenía un gran corazón. Desde siempre me había estado cuidando. Cuando Carla me trataba mal y me llamaba niñata, era él el que se enfrentaba a ella y me defendía. Le tenía más aprecio a él que a Carla, todo había que decirlo.
Me bebí de un sorbo el zumo que mi hermano me había traído. El de manzana. Sabía que ese era mi favorito.
Me quité le pijama y me puse la ropa de estar por casa. Un vestido corto pero a la vez muy cómodo. Era bastante viejo, pero era el único con el que estaba verdaderamente a gusto.
Arreglé un poco la habitación. Después de toda la semana, siempre quedaba algo desordenado. Recogí toda la ropa que podía haber dejado de toda la semana y la tiré a lavar. Las correspondientes sandalias fueron directamente al zapatero.
Miré la habitación contenta del trabajo que había realizado. ¡Ahora sí que parecía una habitación!

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jueves, 11 de febrero de 2010

Fotolog.

Nota de la Autora: ¡SORPRESA! Una nueva entrada. Porque sí, porque sois los mejores y porque os pasais cada martes para leer un trozo de mi humilde novela. Porque me habeis llegado al corazón, y porque os lo mereceis. Un beso a todos. Siempre vuestra. Leire.

Estuvimos hablando durante media hora más, y después las chicas decidieron irse cada una a sus respectivas casas. En cuanto oí la puerta de la calle como se cerraba, me levanté y enchufé el ordenador. Como siempre, lo primero que hice fui ir al Fotolog de Edgar, para ver si había actualizado. Me encontré con una foto de él en donde sus manos estaban a modo de balanza. Estaba retocada con photoshop. Encima de una de las manos ponía “pros” y en la otra “contras”. La mano de la de “pros” estaba más para abajo. Sonreí. No pude evitarlo. Me había dedicado una foto en su Fotolog. ¡No me lo podía creer! No había una foto mía puesta, pero sabía perfectamente que eso iba por mí, ¿por quién si no? En el texto de debajo de la foto hacia referencia hacia que estaba esperando impaciente a que llegara el sábado, para saber si de verdad ganaban los “pros”. Abajo, un simple “te quiero” que significaba mucho para mí.
Cuando estaba a punto de cerrar la página, me llamó la atención un comentario. Leí de quien era: “Fanny_loquita”. Sin duda, era Fanny. Ponía lo siguiente:

“¿Qué es eso de los pros y los contras? Espero que no vaya por la niñata esa, Edgar. Está mañana te he contado toda la verdad. Espero que no le creas a ella y me creas a mí. Yo te sigo queriendo, y no se me quita de la cabeza esa tarde en tu fiesta. Y si de verdad me crees, mañana te voy a contar una cosa que te va a dejar de piedra. Entonces si que no querrás verla nunca más. Porque ella no es lo que parece. Un besito guapetón.”

¡No me lo podía creer! ¿Pero qué estaba pasando? ¿Quién era Fanny para hablar de mí, y encima en un Fotolog, donde cualquier persona podía leer lo que había puesto? ¿Y qué quería decir con eso de que no soy lo que parezco? No salía de mi asombro. Iba a por mí, y no pararía hasta quitarme de en medio. Porque eso es lo que yo hacía: molestar.
Apagué el ordenador con mala leche y, pegando un portazo al salir de la habitación, me bajé a la cocina donde estaba mi madre preparando la cena, como todas las noches.
- ¿Cómo te encuentras? – me preguntó mi madre levantando la cabeza de la ensalada que estaba preparando.
- Bien, mamá. Ya me encuentro mucho mejor. Me he echado un poco la siesta, y parece que me ha sentado bien.
- Claro. Por cierto, ¿qué quería Edgar? Nada más abrir la puerta ha preguntado por ti y por tu estado de salud.
- Si. Fue él el que me llevó a la enfermería cuando me pasó el incidente en clase. Se ha portado muy bien conmigo, y se ha preocupado bastante. Y me dijo que vendría a verme, para quedarse más tranquilo.
- ¡Qué buen chico es! Es un poco… ¿cómo lo decías ahora? ¿Chungo? – me empecé a reír. No pude evitarlo. Era muy gracioso ver a mi madre decir esa clase de palabras. No estaba acostumbrada a ello.
- Sí, mamá. Ahora se llama chungo. – volví a soltar una pequeña carcajada.
- Pues eso. Es un poco chungo, pero en verdad tiene muy buen corazón. Lo que pasa que ahora la juventud está muy alocada y solo piensa en una serie de cosas, que tú y yo sabemos y que no voy a comentar nada más al respecto. – me miró y me guiñó un ojo. Ambas sabíamos que se trataba del sexo y del alcohol, dos palabras tabú para mi madre. No le gustaba hablar de ese tipo de cosas, aunque sabía que algún día tendría que hacer frente a ello.


Empecé a poner la mesa mientras mi madre seguía preparando la ensalada. Mis hermanos no tardaron en bajar a cenar. Tenía un sexto sentido o algo parecido. Olían la comida a distancia. Y siempre solían bajar cuando la mesa ya estaba preparada y la comida encima de la mesa.
Cenamos mientras conversábamos amablemente. El tema estrella de la cena fue mi casi desmayo en clase. Tuve que dar todos los detalles, aunque no comenté que había sido a causa de la mentira que Fanny se había atrevido a decir delante de Edgar y, peor aún, delante de mí.

Después de cenar y de despedirme de todos con un beso en la mejilla, subí a mi habitación. Me puse el pijama y me acosté en la cama. Apagué la luz, y me tapé con la sábana hasta la cabeza. Esperaba dormirme pronto, ya que mañana iba a ser un gran día, y debía estar relajada, sobre todo para poder aguantar por la noche toda la fiesta que me esperaba y que tanto había deseado durante toda la semana.
Y entonces me vino a la cabeza. “Y si de verdad me crees, mañana te voy a contar una cosa que te va a dejar de piedra. Entonces si que no querrás verla nunca más. Porque ella no es lo que parece.” Esas habían sido las palabras exactas que Fanny había escrito en el Fotolog de Edgar. ¿Qué pensaba decirle? Yo no había echo nada malo. Seguro que se inventaba algo. Ella era así, y le daba igual hacer daño a mil personas con tal de ella tener lo que quería, que en ese momento era Edgar.
Cerré los ojos con fuerza intentando eliminar esas palabras de mi cabeza, pero estaban grabadas como con fuego. Imborrables. Para siempre.

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martes, 9 de febrero de 2010

Más confundida aún.

- Hola. – Edgar estaba sentado en mi cama. Al parecer me había dormido y ya eran las cinco de la tarde.
- Hola. – sonreí. Busqué desesperadamente el mp4 por toda mi cama y lo encontré debajo de la almohada. Lo apagué y lo dejé encima de la mesita de noche.
- ¿Cómo te encuentras?
- Muy bien. Me he sentado en la cama a escuchar un poco de música, y al parecer me he quedado dormida.
- Si, eso parece. – los dos reímos
- Bueno, a parte de venir para ver como estabas, he venido para hablar de algo más.
- ¿Ah, si? – me incorporé en la cama quedándome a su altura.
- Sí. Quiero que me expliques lo de la apuesta de Fanny. Pero quiero que me cuentes la verdad.
- Vale, no hay problema.

Le expliqué con todo detalle lo de la apuesta. Desde que fue ella la que vino a proponérmela, así como que la ganó al liarse con él y el que luego me amenazaba para que no me acercara a él.
- Por eso estuve unos días distante contigo. No podía dirigirte la palabra. Si me veía ella…
- Ya, entiendo. ¿Y por qué aceptaste la apuesta? ¿Pensabas que la ibas a ganar?
- No, no lo pensaba. Pero si decía que no, ella iba a salirse de todas formas con la suya. Y así, por lo menos, tenía una oportunidad para intentarlo, ¿no?
- Joder, Leire. No me esperaba esto de ti. Me has dejado de piedra. Pensaba que tú eras diferente, pero…
- Y lo soy, Edgar. Soy diferente a las demás. Bueno, tú me conoces y sabes como soy.
- Te conocía. Después de esto, no se que pensar. Yo en la fiesta quería estar contigo, y hubiera deseado que en vez de Fanny hubieras sido tú la que estuvo conmigo en esa habitación.
- Yo también, Edgar, yo también. Pero no fue eso lo que ocurrió.
- Lo sé. Pero no debes de machacarme, porque como sabes, yo no me acuerdo de nada. No lo hice porque quisiera, lo hice porque iba…
- Lo sé. No me lo recuerdes.
- Yo quería estar contigo. De hecho, creo que te lo hice saber, ¿no?
- Si, un poco. Aunque a tu manera.
- Joder, Leire. – resopló. – De la única manera que sé. – nos quedamos un par de minutos en silencio mirándonos.
- Si tanto me conoces… - empecé a decirle. – sabrás lo que estoy deseando hacer ahora, ¿no?
- Claro que lo sé, porque yo quiero hacer lo mismo.

Se acercó un poco más a mí. Colocó sus manos dulcemente sobre mi cintura, y atrayéndome hacia él, posó sus labios suavemente sobre los míos. Estaban húmedos pero a la vez calientes. Al principio, el beso fue un poco tímido pero, poco a poco, fue subiendo de tono. Me besaba apasionadamente, con ganas y deseo, y me acercaba cada vez más contra su pecho. Le separé con un pequeño empujón.
- ¿Qué ocurre? – me preguntó. - ¿Qué he hecho mal?
- Nada, nada.
- ¿Entonces?
- Vas demasiado rápido. Te dije que el sábado te daría la contestación.
- Pero si tú también querías besarme…
- Sí, pero no pensaba que lo ibas a hacer. Aún no tengo las cosas demasiado claras.
- ¿Aún después de este beso no lo tienes claro? ¿Es que no te ha gustado?
- Edgar… me ha encantado. Pero aún no sé si los pros superan a los contras. Necesito este último día para decidirme por fin.
- De acuerdo. – me sonrió. Agradecí ese gesto, ya que no estaba nada cómoda diciéndole ese tipo de cosas.

Estuvimos hablando durante un largo rato, hasta que Edgar decidió irse. Me dio un tímido beso en la mejilla, y salió de mi cuarto con paso decidido. Oí como antes de irse pasó por el cuarto de Isaac a saludarlo.

El timbre sonó. Mi madre fue a abrir la puerta. Por el tono con el que hablaba a las personas que había en la puerta, supuse que eran mis amigas. Subieron corriendo escaleras arriba y abrieron la puerta de mi habitación de golpe.
- Hola enfermita. – dijo Nanni mientras se tiraba en la cama a abrazarme.
- No estoy enferma, estoy bien. – aclaré.
- Entonces… ¿por qué estás en la cama? – preguntó Auro mientras me daba un beso en la mejilla.
- Porque me he puesto a escuchar música, y me he quedado durmiendo. Estaba algo cansada.
- Pues no se te nota en la cara. Pareces contenta. – dijo Nanni.
- Si, es que ha estado Edgar aquí. Bueno, de hecho está en el cuarto de Isaac.
- ¿Ah sí? ¿Y a qué ha venido? – preguntó un poco cotilla Auro.
- Pues a verla, ¿a qué si no? – dijo Nanni mientras sonreía y pegaba unos golpecitos en la cama.
- Y a aclarar lo de la apuesta de Fanny. Le he contado la verdad.
- Claro. Siempre la verdad por delante. Además, Fanny es la que tiene la culpa. – dijo Nanni.
- Si. Pero ha pasado algo más…
- ¿Sí? – dijeron las dos al unísono.
- Nos hemos besado. Pero un beso bastante subidito de tono.
- ¿¡Qué!? – Nanni saltó de la cama. - ¡Que fuerte! No me lo puedo creer. ¡Que bien, Leire!
- … - me quedé un par de segundos en silencio.
- ¿Qué ocurre? – preguntó Auro. - ¿No te gustó?
- Si, claro que me gustó. Pero es que así lo único que hace es confundirme. Cuando tenía casi claro de que no quería nada con él, va y me da de nuevo un beso.
- ¿Cómo qué de nuevo? ¿Ya te había besado antes?
- Claro, ¿es qué no os lo he contado esta mañana?
- ¡No! – dijeron las dos a la vez de nuevo.
- Se me habrá debido de pasar…entre lo del desmayo y todo lo demás. Bueno… pues ya lo sabéis.
- Vaya… pensé que Edgar nunca se iba a lanzar. – comentó Auro.
- Yo no quería que se lanzara. Ahora las cosas son mucho más difíciles de lo que son ya de por sí.
- Ahí tienes razón. – las tres nos quedamos en silencio sin saber que decir.
- Bueno… - empezó a decir Nanni. – si ya estás bien, vamos por ahí a dar una vuelta.
- ¿Pero que estás diciendo, N? – dije. – ¡Si ya son las ocho!
- Vaya, es verdad. Pensaba que era algo más pronto.

Llamaron a la puerta. Después de contestar con el típico “adelante”, Edgar y mi hermano entraron a la habitación. Auro, al ver a Isaac, se sonrojó.
- Leire, venía a despedirme. Ahora si que me voy. – los dos reímos mientras los demás no entendían a que venían esas risotadas.
- Vale. ¿Nos vemos mañana?
- Claro, claro. Mañana nos vemos en el parque. Bueno, creo que vendré antes aquí, y así me voy con tu hermano. – le pegó una pequeña palmada en la espalda. Isaac no se quejó.
- Hecho. Mañana nos vemos. – le sonreí.
- Adiós a todos. Hasta mañana.
- Adiós Edgar. – dijeron Auro y Nanni al unísono.
- Bueno… - dijo Isaac cuando Edgar hubo cerrado de nuevo la puerta de la habitación después de salir de ésta. - ¿de qué estabais hablando?
- ¿Y a ti que más te da? – le dije. – Luego me dices a mí que soy una cotilla, y eres tú el más “maruja” de esta habitación.
- No sé yo que decirte, ¿eh? – añadió Auro. – Yo creo que Nanni le gana.
- ¡Oye! – dijo la aludida. Todos reímos sonoramente.
- Como no queréis contarme nada, me voy. Hasta luego. –sonrió a Auro y salió de la habitación.
- Siempre se quiere enterar de todo. Es un cotilla. – dije medio enfadada.
- Sí, pero es tan mono… - Auro puso cara de enamorada. Lo que era.

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Nota de la autora: Esta semana habrá una sorpresa. Si quereis saberla solo tenéis que pasaros por mi Twitter. Un beso a todos. Leire

miércoles, 3 de febrero de 2010

En la enfermería

Nota de la Autora: Hola chicos, ¿cómo estáis? Bueno, antes de dejaros con el capítulo de hoy, quería deciros que a partir de la semana que viene, no postearé los miércoles, sino los martes. Lo hago porque los miércoles me han salido unos asuntillos y no podré postear. Espero que no os moleste este cambio, y que os vayáis pasando por mi blog igualmente. Así que recordar: NO postearé los MIÉRCOLES, sino los MARTES. Un beso a todos. Siempre vuestra. Leire.




Edgar me cogió en brazos, y junto con Nanni y Auro me llevaron a la enfermería. Notaba el pecho de Edgar, duro y formado, rozando mi cuerpo. Me sentía protegida.
Al llegar, me dejaron en la camilla. La enfermera, me tomó el pulso para ver si lo tenía normal y me miró la tensión. Como suponía, había tenido un descenso repentino de la tensión a causa de un disgusto. Edgar sabía que era por lo que él me había dicho.
- Chicos, no tenéis que preocuparos. Ha sido una bajada de tensión. Ahora la tendré aquí durante una media hora, por si le vuelve a pasar, pero no creo. – oí que le decía la enfermera a mis amigos.
- Pero se va a poner bien, ¿verdad? – preguntó Nanni.
- Claro, claro. Así que ahora, iros a clase.
- ¿Me puedo quedar? – giré la cabeza. Era Edgar el que lo había dicho. Se le veía preocupado.
- … - la enfermera se quedó unos segundos en silencio. – Está bien, puedes quedarte. Pero los demás iros a clase ya.
- No os preocupéis por mí, que estoy bien. – dije a Nanni y Auro cuando vinieron a darme un beso en la mejilla.
- Menudos sustos nos das, L. – Nanni sonrió. Yo le correspondí.
- Mejórate, Leire. Estás en buenas manos. – Ben me dio otro beso en la mano.
- Gracias por haberme cogido y …
- No me des las gracias. Luego te veo. – sonrió.

Salieron de la enfermería. La enfermera me ayudó a sentarme. Ya me encontraba algo mejor. Me sentía con fuerzas de nuevo, y la cabeza no me daba vueltas. Fue para uno de sus armarios y me trajo un líquido. Al parecer era suero, porque cuando le pegué un trago, estaba muy dulce y me dejaba la boca seca. Era para que la tensión volviera a la normalidad.
- Oye, cuida de ella. Tengo que salir un momento. En diez minutos estoy aquí. – le dijo la enfermera a Edgar.
- De acuerdo.

Edgar, que estaba de pie junto a la puerta, se acercó a donde yo estaba y se sentó al lado mío en la camilla. Me rodeó con sus brazos. Apoyé mi cabeza en uno de sus hombros y respiré el dulce olor de su cuello. Ninguno dijo nada. Nos pasamos así un par de minutos.
- Lo siento. – me dijo cogiéndome la cara entre sus dos manos. – Ha sido culpa mía.
- No, no ha sido culpa tuya. Solo que no me esperaba que Fanny soltase esa mentira. Y luego tú, vas y le crees y…
- Leire. – me cortó
- ¿Qué?
- No te preocupes de nada, ¿vale? Cuando estés mejor ya hablaremos de este tema. No quiero que te vuelvas a sofocar y te vuelva a bajar la tensión. Solo quiero que te recuperes, nada más.
- Gracias. – volví a abrazarle. Él me correspondió el abrazo.
- Te quiero. – me susurró en el oído.
- Y yo también, Edgar. – apreté fuerte su cuello.

Me aparté y me acurruqué junto a él. La enfermera llegó en un par de minutos. Al vernos sonrió y dijo “que bonito es el amor”. Los dos sonreímos pero no dijimos nada.

Tocó el timbre. El tiempo había pasado volando, y más si me encontraba junto a Edgar.
- Chicos, es hora de volver a clase. – nos dijo la enfermera.
- Sí, claro. – me levanté de la camilla con ayuda de Edgar.
- Leire. – me llamó la enfermera.
- ¿Sí?
- Si ves que te encuentras mal o algo extraña en clase, no dudes en venir, ¿de acuerdo?
- Claro. Muchísimas gracias por todo. – le sonreí.
- No tienes por qué dármelas. Es mi trabajo. – me devolvió la sonrisa.

Salimos de la enfermería. Edgar me cogió de la cintura. Me encontraba ya bien, pero aún me temblaban un poco las piernas. Él quería asegurarse de que no me caía.
Entramos en clase. Nanni y Auro se levantaron de un salto de sus asientos y vinieron hacia la puerta. Me abrazaron.
- ¿Cómo estás? ¿Ya te encuentras bien? Te veo aun un poco pálida, ¿seguro que te encuentras bien? – Auro no paraba de hacer preguntas.
- Sí, sí. Estoy bien. Me encuentro genial, de verdad.
- ¡Ay! Que susto nos has dado. – Nanni me volvió a abrazar. Edgar aún no me había soltado. Me tenía cogida por la cintura, y noté como me apretaba contra su cuerpo.
- Dejarla que se siente, por favor. – dijo Edgar apartando a mis amigas.

Me senté en mi sitio. Fanny me miraba con cara de enfado. Sabía que ahora Edgar me iba a hacer más caso a mí, e iba a pasar de ella. Estaba celosa a más no poder.
- Cynthia – empezó diciendo Edgar – ¿te puedes sentar con Ben estas dos clases que quedan? Me gustaría estar al lado de Leire, por si le vuelve a pasar.
- Edgar, no hace falta. Estoy bien.
- Insisto. – me miró directamente a los ojos. Me intimidó.
- Claro. – dijo Cynthia mientras se levantaba de su silla. – A mí no me importa. Leire, me alegro que ya estés bien. Me había asustado. – me dio un abrazo corto, y fue a la parte de atrás de la clase a sentarse con Ben.

Edgar se sentó a mi lado. Permaneció callado las dos horas que restaban de la mañana, algo no muy normal en él. Le miré un par de veces, pero no desvió su atención de la explicación que estaba dando el profesor en ese momento. La verdad, es que estaba muy atractivo mientras miraba atentamente al profesor.

Era hora de irse a casa. Salí de las primeras de clase. Ya me encontraba estupendamente, y tenía fuerzas para cualquier cosa, incluso para correr una maratón. Me despedí de mis amigas, que me preguntaron otras cuatro o cinco veces si me encontraba bien.
Edgar insistió en acompañarme a casa.
- No hace falta, tío, viene con Carla y conmigo. – le dijo Isaac una vez estábamos fuera del instituto. Le había contado a Isaac lo que me había sucedido.
- Ya, lo sé, pero…
- No le va a pasar nada. Y para ya de preocuparte, que ella está bien, ¿no la ves?
- Si, sí. Ya veo que está bien. – me guiñó un ojo. – Bueno, pues… - se quedó pensando un par de segundos – luego iré a tu casa a verte, ¿vale?
- No hace falta, Edgar, pero lo que quieras. Además, me alegrará verte.
- Entonces, no hay más que hablar. Sobre las cinco iré a tu casa.
- Vale. – le sonreí.
- Adiós. – me dio un beso en la mejilla, aunque sino hubiera habido tanta gente alrededor me lo hubiera dado en la boca.

Miré a mi hermano. Él me sonrió pícaramente. Sabía lo que le estaba pasando por la cabeza en ese momento, pero no dije nada. Esperamos a que Carla saliera para irnos los tres a casa.

Nada más llegar, Isaac le comentó a nuestra madre lo que me había ocurrido en clase, y se preocupó más de lo debido. Le expliqué unas tres o cuatro veces que ya me encontraba bien, y que solo había sido una bajada de tensión, cosa que le podía pasar a cualquier persona. Ella resopló mostrando su preocupación.
Subí a mi habitación y me tumbé en la cama. Tenía un poco de sueño, algo más de lo normal. Me puse los auriculares y enchufé mi mp4. Puse uno de mis discos preferidos. Oí como la música entraba por mis oídos y se quedaba en mi cabeza. Le di más voz al aparato.

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