miércoles, 25 de noviembre de 2009

¿Vergonzosos los chicos? NO.

Abrí los ojos. Vi como por la ventana de mi habitación aparecía un rayo de sol que iluminaba mi cama. Me levanté a trompicones, mientras abría mi armario en busca de algo que me acomodara ese día. Cogí una minifalda vaquera que me gustaba mucho como me quedaba. Rebusqué entre mis camisetas una que me quedara al son con la falda. En los pies, las primeras chanclas que vi cerca de la cama y que conjuntaran con la camiseta.
Bajé al salón, y como siempre, mi madre ya no estaba. Isaac estaba echándose en un vaso un poco de zumo. Le pedí que por favor, me pusiera uno a mí también. Él asintió algo malhumorado. Poco después apareció Carla por la cocina, con un conjunto que dejaba sin respiración. Hasta Isaac paró de echar el zumo en el vaso para poder observarla mejor. A Carla le encantaba llamar la atención. Cuanta más gente le mirara, mejor se sentía. En cambio yo, no me encontraba a gusto si sabía que alguien se estaba fijando en mí. Pero claro, cada persona es diferente.
Carla me quitó el vaso de zumo que Isaac me había preparado para mí. Le eché un bufido, y Carla con una sonrisa en la boca, desapareció de la cocina. Sin decir nada, cogí el cartón de zumo y me eché en un nuevo vaso. Isaac, mientras, cogía un par de galletas y se las metía en la boca sin apenas masticarlas. Le miré asustada cuando empezó a toser, pero enseguida me tranquilicé cuando me di cuenta de que lo había hecho aposta.

Carla salió por la puerta de casa cuando Eric llamó desde fuera tocando el claxon de su coche. Isaac, que aún se encontraba conmigo en la cocina, salió corriendo hacia el exterior de la casa, mientras Carla montaba en la parte del copiloto. Vi desde la ventana de la cocina, que Isaac y Eric entablaban una conversación entretenida. Isaac sonrió a Eric, y en un par de pasos estaba de nuevo en la cocina. Me dijo que cogiera las cosas porque hoy íbamos a ir al instituto en el coche de Eric. Me extrañé bastante, porque nunca me había montado con él. Me resultó algo raro que Eric hubiera accedido a la petición de Isaac.
Cogí mis cosas de la habitación y salí hacia el coche de Eric. Cuando éste me vio, me saludó con la mano. Yo, simplemente sonreí sin saber que más hacer. Me monté detrás del asiento de Carla, mientras que Isaac lo hacía detrás del de Eric.
En tan solo un par de minutos nos encontrábamos enfrente de la puerta del instituto. Era muy fácil llamar la atención con ese coche, ya que tan solo el ruido del motor hacia que todo el mundo se girara. Bajamos todos del coche, y después de que Eric lo cerrará con el mando a distancia poniendo a la vez la alarma, nos fuimos dentro del instituto.
Cuando iba hacia la clase, me topé con Fanny y sus amigas. No me dijeron nada, tan solo intercambiamos un par de miradas que podían hablar por si solas. Después de haber arreglado todo con Edgar, ya estaba mucho más tranquila. Esperaba que éste no le contara nada a Fanny, ya que o si no podía crearme serios problemas.

En clase, Edgar y yo no intercambiamos ninguna palabra. Él estaba concentrado en sus problemas de matemáticas. Esos problemas en los que yo, el día anterior, le había ayudado a hacer. Me sentía orgullosa de poder ayudar a alguien, y más si ese alguien era el chico que me gustaba. De repente, me volvió a pasar por la cabeza Eloy, ese chico tan guapo que había conocido el sábado anterior. No había tenido noticias suyas. Me entristecí. Cogí el móvil que tenía guardado en el bolsillo pequeño de la mochila y le escribí un mensaje en un par de minutos:
“Hola Eloy. ¿Cómo estás? Hace un par de días que no tengo noticias de ti, y como me dijiste que me llamarías… Espero que estés bien. Tengo ganas de verte. Un beso.”
Enviar. Le acababa de enviar ese mensaje a Eloy. Estaba segura de que me contestaría, pero no sabía cuando podía aparecer la respuesta en mi móvil.
Enseguida se hizo la hora de salir al recreo. Junto con Auro y Nanni, nos fuimos las tres a la cafetería. Quería que Auro me contara todo lo que había hablado con Isaac la tarde anterior por el Messenger.
- Pues hablamos de… cosas. – dijo Auro sin contarnos detalles.
- Ya, pero… ¿de qué cosas? – dijo Nanni intentando sonsacarle algo.
- Pues de… cosas. – volvió a decir Auro.
- Venga, Auro, no te hagas la interesante, que te conocemos. Cuéntanos en que quedasteis. – dije mientras me acomodaba en la silla dispuesta a escuchar la historia con la que Auro nos deleitaría en un par de segundos.
- ¡Vale! – dijo contenta. – Resulta que no me hablaba porque le daba vergüenza, cosa que no entiendo, pero bueno.
- Así son los tíos. – Nanni se recostó en la silla. – Para liarse con una tía no son nada vergonzosos, pero cuando resulta que tienen que hablar con ella, si. ¡Ay…! Nunca los he entendido, ni los entendiendo, ni los entenderé jamás.
- Como mierda los vas a entender N, ¡tan solo tienes 15 años! Anda que no te queda a ti cosas por vivir y por aprender. – no le hizo mucha gracia a Nanni que le dijera esas palabras, pero era la verdad.
- Sigo con la historia, si me dejáis claro. – Nanni y yo asentimos. – También me dijo que le gustaría que habláramos más a menudo, porque quiere intentar algo conmigo, pero quiere que nos conozcamos primero.
- Me parece lógico. Si cuando quiere, mi hermano es muy bueno.
- Si, cuando quiere. – dijo Nanni mientras se levantaba e iba hacia la barra de la cafetería. Vimos como pedía un par de piruletas, y nos las trajo. Le agradecimos el gesto que acaba de hacer con nosotras.

Giré mi cabeza hacia la mesa en la que estaban Edgar, Isaac y los demás. Como siempre, hablaban animadamente mientras las chicas intentaban hacerse de notar para que los chicos les prestaran algo de atención. Eric estaba sentado al lado de Carla, aunque entre ellos no hablaban. Ni siquiera se miraban. Ben, en cambio, no le quitaba el ojo de encima a Cynthia. Se le notaba que de verdad le gustaba. Ella, por el contrario, hablaba con Dafne de algún tema que era interesante para las dos. Seguramente Dafne le estaría contando que estuvo con Dani el día de la fiesta en casa de los abuelos de Edgar. Después de tres días, aun se hablaba de la gran fiesta que Edgar había hecho.

- Leire… ¡LEIRE! – Nanni me acababa de chillar en mitad de la cafetería. Un par de chicos que estaban cerca de nuestra mesa se giraron.
- ¿Qué quieres? – dije sobresaltada.
- Que te está vibrando el móvil. – el teléfono, que estaba encima de la mesa, había empezado a moverse.

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domingo, 22 de noviembre de 2009

Paréntesis

¡Hola a todos de nuevo! No os asusteis. No escribo para decir que dejo el blog ni nada parecido, todo lo contrario. Ahora estoy muy contenta con el blog y me está ayudando a salir adelante. Últimamente mi inspiración está mejor que nunca, y llevo bastantes capítulos escritos, pero como sabéis, seguiré posteando todos los miércoles. Me gustaría preguntaros una cosa, ya que me está preocupando bastante: en la penúltima entrada tuve 32 comentarios en toda una semana (algo increíble) pero en cambio, en este último capítulo, solo tengo 10. Me gustaría saber si es que no comentais porque no os ha gustado el capítulo, o porque simplemente no teneis tiempo y solo pasais y la leeis. Si es la segunda opción, no pasa nada, lo entiendo. Pero si es la primera, me gustaría que me lo dijérais para poder cambiar algo de lo que no esté gustando. Espero que entendais que una cosa que me preocupa bastante. Os agradezco, que día a día, me sigais. Un beso a todos. SOIS TODO PARA MÍ. LEIRE.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Hermanas cotillas

Subí a mi habitación. Al entrar pude diferenciar el olor a su colonia. Todo el cuarto olía a su magnífico perfume. Esa noche soñaría con él, sin duda. Recogí todas las libretas y bolígrafos que había dejado encima de la mesa de estudio, y lo guardé en la mochila.
Miré el reloj. Con Edgar se me había pasado la tarde volando. Ya eran las ocho de la tarde. Entre los ejercicios de matemáticas y la larga charla en la cocina, la tarde se había esfumado. Cogí el libro de lectura que tenía encima de la mesa de noche, y me fui al cuarto de mi hermano. Me apetecía estar con él. Esperaba que Isaac me dejara estar con él en la habitación.
Llamé a su puerta, y pasé. Él aún seguía en el ordenador. Se pasaba tardes enteras enfrente de la pantalla. Cuando me acerqué a él, enseguida minimizó una conversación del Messenger. Me mosqueé un poco, pero no pregunté porque lo hacía.
- ¿Qué quieres, enana? – me preguntó mirándome.
- ¿Me puedo quedar aquí contigo? Es que me apetece leer, pero sabes que no me gusta leer a solas.
- Si, lo sé.
- Además, te prometo que no cotillearé con quien estás hablando, porque me he dado cuenta de que enseguida has minimizado una conversación. – él se rio.
- Vale, está bien.

Me tumbé en la cama, y abrí el libro dispuesta a leer, pero Carla interrumpió en la habitación abriendo la puerta de repente y sin llamar.
- ¡Hermanitos! – dijo cerrando la puerta. Cogió la otra silla que había en la habitación y sentó al lado de Isaac.
- ¿Qué quieres ahora, Carla? – le preguntó Isaac mientras volvía a cerrar la conversación del Messenger.
- ¿Qué estás escondiendo? – empezaron a forcejear entre los dos. Yo no podía leer en esas condiciones, por lo que me levanté de la cama dispuesta a irme. – Leire, no te vayas ahora. Ayúdame a averiguar con quien está hablando. – me lo pensé un par de veces y dejé el libro encima de la cama. Cogí las manos de Isaac para que éste no se pudiera mover. Carla abrió la conversación y leyó el nick de la persona con la que estaba hablando. – “Menos mal que ya me hablas. No podía soportar que desde el sábado no me dirigieras la palabra después de lo que pasó entre nosotros. Eres todo para mi I” - Carla y yo nos miramos sin decir nada. Enseguida caí de quien se trataba. Todo me cuadraba. Isaac estaba hablando con Auro.
- ¿Me podéis dejar en paz, por favor? – Isaac consiguió soltarse y cerró otra vez la conversación. – Sois unas cotillas, y siempre os queréis enterar de todo, y eso no puede ser. - las dos nos dirigimos a la puerta para salir de su habitación.
- ¡Ostras! Ahora caigo. – dijo Carla cuando estaba a punto de cerrar la puerta. - Con la que estás hablando es Auro, ¿verdad? ¡Qué fuerte! Estás hablando con la niñata esa.
- No te pases. – le dije mientras le daba un pequeño empujón. – Que es mi amiga.
- Ya lo sé, por eso es una niñata. Hermanito… - miró a Isaac mientras se ponía una mano en la cintura. – Te estás echando a perder. Antes molabas más.
- Olvídame. – se levantó Isaac de la silla y le cerró la puerta en las narices a Carla. Solté una carcajada en voz baja para que Carla no pudiera oírme. Me encantaba que Isaac hiciera ese tipo de cosas, así dejaba en mal lugar a Carla.

Cada una se fue a su cuarto, pero me acordé de que me había dejado el libro de lectura en el cuarto de Isaac. Pensé que no era buen momento para entrar en la habitación. No quería que se enfadara conmigo. “Ya iré después de cenar” pensé.
Bajé hacia la cocina a ayudar a mi madre a preparar la cena para todos. Ya casi la había terminado, por lo que solo tuve que poner la mesa.
- ¿Cómo estás, cariño? – me preguntó mientras ponía la ensalada en el centro de la mesa.
- Muy bien, mamá. ¿Tú como te encuentras de tu gripe?
- Mejor, a penas tengo ya síntomas.
- Me alegro.
- ¿Qué tal llevas las clases y el curso en general?
- Muy bien. Por ahora me está pareciendo fácil, pero tan solo llevamos un par de semanas. Aún lo difícil no ha llegado.
- Lo sé, cariño. Pero sé que tú vas a poder con esto, y con mucho más. – las dos sonreímos.

Mis hermanos no tardaron en bajar a la cocina a cenar. Desde siempre había sido yo la que estaba mucho tiempo con mi madre. La necesitaba en mi vida. En cambio, mis hermanos parecían que podían vivir sin ella. Yo no era así. Mi madre era esencial en mi vida. Como me había criado sin padre, mi madre era la que me daba fuerzas para seguir adelante con mi vida. Era ella la que me ayudaba a afrontar mis problemas. Sabía que si algo me pasase, ella estaría allí para ayudarme en lo que fuera necesario.
Después de cenar, Isaac fue el que se quedó en la cocina fregando los platos. Había muy pocas cosas como para poner el lavavajillas. Carla barrió un poco la cocina. Yo, en cambio, guardé en la nevera todas las sobras de la cena. Por la noche éramos nosotros lo que nos encargábamos de las faenas de la casa. Mi madre venía cansada del trabajo, y siempre la ayudábamos, para que ella se fuera a sentar al sofá a ver un rato la tele.
Me despedí de mi madre y me fui a la habitación a dormir. Me puse el pijama, pero cuando estaba a punto de meterme en la cama, alguien entró en la habitación. Era Isaac.
- No te he dicho mil veces que llames a la puerta antes de entrar. Si llegas a pasar unos pocos minutos antes me pillas en bragas.
- Ya ves tú. Ni que me fuera a asustar. Enana, que lo que tú tienes, se lo he visto yo a millones de tías. – me quedé mirándolo pensando que era un poco fantasma. Millones de tías seguro que no, pero algunas cuantas sí.
- Bueno, ¿qué es lo que querías? – me metí en la cama, y me tapé.
- Quería darte el libro este. Te lo has dejado antes en mi habitación.
- Ya lo sé. Me he acordado cuando he salido, pero no he querido volver a entrar.
- ¿Y eso? – se sentó al lado mía.
- Porque no. No quería molestarte. Estabas ahí hablando con Auro, y estábamos nosotras interrumpiendo.
- Tú no has interrumpido nada, ha sido Carla. Si es que ella es así de lista. Siempre se quiere enterar de todo.
- Sí, así es Carla. Bueno, muchas gracias por el libro. – se lo quité de sus manos y lo dejé encima de la mesita de noche que había a mi derecha. Isaac se levantó y se fue hacia la puerta. - ¡Espera Isaac!
- ¿Qué pasa? – se giró mientras cogía el picaporte de la puerta para poco después abrirla.
- ¿De verdad que te gusta Auro? – vi como se sonrojaba.
- … - se quedó un poco pensativo. – Sí, sí que me gusta.
- ¿Y por qué has estado dos días sin hablarle?
- Porque los chicos somos así. Tenemos que dejar un par de días de separación, para que no penséis que nos gustáis demasiado.
- ¡Qué difíciles sois los tíos! – me tumbé en la cama.
- Sí, un poco. Pero no te pienses que las tías sois fáciles, ¿eh?
- Anda, buenas noches Isaac.
- Buenas noches enana. – me apagó la luz y salió de mi habitación.

En ese momento me vino a la cabeza Eloy. No había tenido noticias de él desde la fiesta del sábado. Y la verdad es que no lo entendía, porque a mí me había gustado bastante, y por lo que me había dicho, yo a él también le hacía algo de gracia. “Eso es para que no me piense que le gusto demasiado” pensé mientras los ojos se me iban cerrando cada vez más.



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miércoles, 11 de noviembre de 2009

Problemas de matemáticas

Después de llegar a casa, y de comer, me subí a mi cuarto a hacer los deberes. La profesora de matemáticas nos había mandado una página entera de ejercicios. Ese día se había pasado.
Cuando me puse a hacerlos, oí que alguien llamaba a la puerta de mi habitación, e Isaac pasó.
- ¿Qué quieres? – le dije.
- Es que me acaba de llamar Edgar, y me ha dicho que viene hacia casa. Que no entiende unos problemas de mates y quiere que se los expliques.
- ¿Y por qué no me ha llamado a mí?
- Porque sabía que le ibas a decir que no viniera. – ¡qué razón tenía!
- Pues paso de explicárselo. – no quería tenerlo en mi cuarto.
- Leire, ayúdale. Sabes que se le dan muy mal las matemáticas, y tú eres una máquina. Piensa en él como un amigo, no como el chico que te gusta que se ha liado con tu enemiga.
- Vale, Isaac. No hace falta que me lo recuerdes todos los malditos días.
- Lo siento. – cerró la puerta.

Yo no quería explicarle los problemas. Además, ninguno de los dos iba a estar a gusto. Sabía que Edgar venía como excusa para hablar conmigo, no para que le explicara los ejercicios de mates. Alguien volvió a llamar de nuevo a mi puerta, pero el que apareció detrás de ella no fue Isaac, sino Edgar. Me levanté de la silla y le hice pasar. Él, con la cabeza agachada, dejó su mochila en el suelo y se sentó en la cama.
- Leire, necesito que me ayudes con los problemas de mates.
- ¿Es que no sabes apañártelas tú solito, o qué?
- Está claro que no, porque sino no hubiera venido.
- Anda, coge las cosas y ven aquí al escritorio, que ahora mismo estaba haciéndolos.
- Gracias. – me sonrió. Yo no le devolví la sonrisa.

Durante un buen rato le estuve explicando los problemas de matemáticas, pero en una de las veces en las que él estaba intentando hacer uno solo, empezó a hablarme de la fiesta del sábado.
- ¿Entonces te lo pasaste bien?
- Sí, me lo pasé estupendamente. – claro que me lo pasé bien, pero hasta que vi que él se estaba liando con Fanny.
- Me alegro. Oye… - dijo al cabo del rato. – Esta mañana he estado hablando con Fanny.
- Ya lo sé, os he visto.
- Si, estaba hablando con ella de lo que me dijiste tú ayer por el Messenger. Me ha dicho que es verdad, que si que me lié con ella. Pero para mí no significó nada, en serio. No estaba en condiciones, y es como si no hubiera pasado.
- Ya, pero ha pasado. Y el pasado no se puede cambiar.
- Lo sé.

Seguimos dando clase como si la conversación que acabábamos de tener no nos hubiera afectado a ninguno de los dos, aunque eso no era cierto. Yo estaba muy distante con él, y Edgar no sabía de qué hablar.
Cuando acabé de explicarle todos los ejercicios de matemática, bajamos los dos a la cocina a beber algo. Yo estaba muerta de sed. Me cogí una coca-cola. Le pregunté a Edgar que era lo que le apetecía, y él me contestó que tan solo un vaso de agua fresca. Le dije que se sirviera él mismo. Saqué también un paquete de papas.
- Leire, por favor, necesito que me vuelvas a hablar en clase. – me pidió mientras cogía una papa de la bolsa.
- No sé, Edgar. Ya veremos. Aunque me hayas dicho que para ti no fue nada… Me cuesta creérmelo. Y más viniendo de ti.
- ¿Qué quieres decir con eso? – preguntó algo mosqueado.
- Joder Edgar, ya lo sabes. Eres de esos chicos que te da igual con que chica estar. Además, la que quieres la consigues fácilmente. Y no me digas que no, porque no te creería.
- Pues sí, soy de esos chicos, para que te voy a mentir. Siempre he tenido la chica que he querido. En eso no he tenido problema.
- ¿Lo ves?
- Sí, pero parece que ahora la chica que quiero, se me está resistiendo. – me cogió la mano que tenía encima de la mesa y le dio un beso.
- Y más que se te va a resistir.
- ¿Y eso por qué? Sé que desde siempre te he gustado. Me he dado cuenta de las miradas que me echabas en clase, de las veces en las que venía aquí a tu casa a ver a tu hermano siempre te metías en tu habitación porque te daba vergüenza hablar conmigo…
- ¡Oh dios mío! ¿Siempre te has dado cuenta de eso? ¡Qué vergüenza estoy pasando en este momento!
- Pues no sé por qué. – me cogió de nuevo la mano que tenía encima de la mesa, pero esta vez no me la soltó. – Pero lo que tú no sabes es que siempre me he sentido atraído por ti.
- Imposible, Edgar. Tú siempre has pasado de mí. Ni una simple mirada en clase, ni un simpático “hola” al verme… ¡nada!
- Aunque te parezca mentira, me gustabas tanto que no era capaz de hablar contigo. Siempre he querido desde hace años acercarme a ti y conocerte, pero nunca he tenido el valor suficiente.
- ¿Tú? ¿Valor? No me lo creo. Si eres tú siempre el que entras a una chica si te gusta.
- No, estás equivocada. Yo entro a una chica si ésta me parece guapa, simpática y atractiva. En cambio, si me gusta, soy el chico más tímido que conocerás. – me quedé prendada de sus ojos en ese momento. Quería averiguar si mentía o no, pero su mirada transmitía sinceridad… o mentía muy bien.
- No sé, Edgar. En este momento estoy un poco confundida. Déjame un par de días para recapacitar y pensar en todo esto que me has dicho de sopetón. – él asintió.

Se levantó de la mesa, y después de ayudarme a recoger todo lo de la mesa, se despidió con un beso en la mejilla y se marchó.

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miércoles, 4 de noviembre de 2009

Los tíos son así

Acababa de vestirme. Me había puesto los primeros pantalones cortos que había encontrado en el armario. No encontré ninguna camiseta que me gustara ese día. Fui a la habitación de Carla, ya que ésta estaba en el baño, y le cogí una camiseta que desde siempre me había encantado. Era roja, y quedaba algo ancha, que con los pantalones cortos quedaban de maravilla. En los pies, unas simples sandalias romanas.
Bajé a desayunar. Isaac ya estaba allí, y mi madre estaba vestida y estaba a punto de irse a trabajar. Le pregunté que cómo estaba, y ella me contestó que ya estaba mejor, aunque se notaba algo febril. Le dije que se podía quedar un día más en cama, pero ella no hizo caso a mi proposición, y se fue a trabajar.
Cuando Carla apareció en la cocina, se quedó con la boca abierta al verme su camiseta en mi cuerpo.
- ¿Qué narices haces con mi camiseta? – dijo exaltada.
- No encontraba nada, y como esta me gusta mucho... – dije intentando parecer melosa.
- Pero a mí me da igual que te guste. Quítatela ahora mismo.
- Déjamela, por favor.
- He dicho que no. – gritó de nuevo.
- Déjasela, Carla. ¿Qué te cuesta? A ti nada, y a ella le haces feliz. – dijo Isaac intentando ayudarme.
- Está bien. Pero que sea la última vez, ¿de acuerdo?
- Gracias, Carla. – fui a darle un beso, pero ella se apartó con cara de asco. Carla seguía sin cambiar.

Como todas las mañanas, Eric fue a por Carla. No podía entender cómo podían ir juntos al instituto. Ambos ya no se gustaban. Pero todo esto se hacía por no perder la popularidad de ambos dos. Casi todas las chicas deseaban a Eric, y lo mismo ocurría con Carla. Eran la pareja más deseada y la más envidiada. Y eso tenía que permanecer inalterable.
Isaac sacó su moto, como era habitual ya de todas las mañanas, y ambos nos fuimos de camino al instituto. El camino se me hizo demasiado corto. Pensaba en Edgar y en la conversación que tuvimos el día anterior por Messenger.

Entré en clase. Nanni y Auro ya estaban sentadas, y juntas, por lo que me tuve que sentar sola. Dejé mi mochila en la silla de al lado, por si alguien tenía intención de sentase a mi lado, como podía ser Edgar o Fanny. Pero enseguida vino Cynthia, y me pidió si podía apartar la mochila, ya que se quería sentar conmigo. Acepté encantada.
- ¿Qué tal en la fiesta? – me preguntó cuando el profesor de Historia empezó a hablar de la Segunda Guerra Mundial.
- Bien, bien. – mentí.
- Desde que me dijiste que Ben quería hablar conmigo, luego ya no te vi.
- Ni yo a ti tampoco. Y por cierto, ¿con Ben qué? Porque dijo que se quería liar contigo, ¿no?
- Sí. Al final nos liamos. Pero vamos, nada serio. Ya sabes, todo lo que pasa en esas fiestas es por el efecto del alcohol. – la frase que Cynthia acababa de decir, me recordó a lo que Edgar me había dicho por el Messenger. Se había liado con Fanny, pero él no se acordaba.
- ¿Crees que una persona, si va muy, muy borracha… puede hacer algo y no acordarse? – pregunté queriendo saber la respuesta de ella.
- Claro que sí. Cuando te has pasado bebiendo, llega un punto en el que no sabes ni lo que haces ni lo que dices. Y luego no te acuerdas de nada. A mí me pasó eso en un sábado que estuvimos haciendo botellón en el parque.
- ¡Qué triste! – dije mientras disimulaba haciendo creer al profesor que estaba tomando apuntes de lo que estaba diciendo.
- Si, muy triste. – ella me imitó. – Oye… - dijo al cabo del rato. - ¿Tú no te liaste con Eloy?
- ¿Cómo te has enterado?
- Esa pregunta no se hace. En esas fiestas todo lo que pasa, al día siguiente lo sabe todo el mundo, por eso te tienes que cuidar bastante. Y aún así… - dijo mientras miraba a Edgar.
- ¿Es qué también sabes lo de Edgar? – pregunté intrigada.
- Claro. Sé con quien estuvo cada uno. Lo que no entiendo es cómo pudo liarse otra vez con Fanny. Esa chica es repugnante. Es muy mala.
- ¡No me lo jures! A mí casi me pega porque Edgar me dio un día un beso en la mejilla.
- Lo sé. También lo vi. – me sonrió. Yo hice lo mismo. – Desde siempre le ha gustado Edgar. Consiguió salir con él, pero tan solo duraron unos meses. Ella le dejó por otro, pero luego se arrepintió bastante. Edgar estuvo muy pillada por ella cuando estaban juntos. Pobrecillo.
- A mí no me da ninguna pena. Edgar es el típico chico que va de flor en flor, y esos chicos yo no los aguanto.
- Pero antes él no era así. Empezó a ir de chica en chica cuando lo de Fanny. Como te he dicho lo pasó muy mal, pero yo le ayudé a olvidarla. – ella me sonrió, pero mi sonrisa salió algo forzada.
Enseguida llegó la hora del recreo. La hora de juntarnos todos en la cafetería, aunque no era lo que yo deseaba. Prefería estar con mis amigas en el banco de siempre. Se lo dije a ellas, y aceptaron encantadas. Le conté a Nanni que Carla se había liado con Hugo el día de la fiesta. Nanni ya lo sabía, y también sabía que ayer se estuvieron viendo. Se lo había contado Auro. Nanni estaba contenta porque así pensaba que Carla se olvidaría de Eric, y ella podría ir a conquistarlo. También le conté a Auro lo que Isaac había dicho de ella cuando estaba con Dani en la habitación de mi hermano.
- ¿Es verdad lo que me estas contando, Leire?
- Claro que es verdad, te lo juro. Los escuché ayer. Y me dio una alegría…
- O sea, que le gusto. – dijo levantándose del banco y poniéndose a bailar con un acompañante imaginario.
- Si, le gustas. Pero por favor, para de hacer eso. – le dije mientras las tres nos reíamos.
- ¿Y por qué narices no me dice nada? Desde la fiesta no me ha dirigido la palabra, ni siquiera un “hola”. Nada de nada. ¿Por qué será eso?
- No lo sé. Pero ya sabes que los tíos son así. – contestó Nanni como una marisabidilla. – Les encanta hacerse los duros aunque se estén muriendo por tus huesos.

Todas suspiramos acordándonos cada una del chico que nos gusta, pero ninguna añadió nada más al respecto. Estuvimos durante todo el recreo hablando de Auro y de Isaac. Ella no paraba de darle vueltas a la cabeza, aunque yo intentaba que no lo hiciera.
Sonó el timbre para ir de vuelta a las clases. Cuando estábamos entrando, me topé con Fanny que también estaba entrando. Nos lanzamos una mirada desafiante, y ella sonrió maliciosamente.
Cuando salimos de clase, vi como Fanny y Edgar se quedaban un poco más de tiempo en clase para hablar. Eso me mosqueó bastante. Pero no podía hacer nada. Era ella la que había ganado la apuesta y era yo la que me tenía que alejar de Edgar.


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