miércoles, 4 de noviembre de 2009

Los tíos son así

Acababa de vestirme. Me había puesto los primeros pantalones cortos que había encontrado en el armario. No encontré ninguna camiseta que me gustara ese día. Fui a la habitación de Carla, ya que ésta estaba en el baño, y le cogí una camiseta que desde siempre me había encantado. Era roja, y quedaba algo ancha, que con los pantalones cortos quedaban de maravilla. En los pies, unas simples sandalias romanas.
Bajé a desayunar. Isaac ya estaba allí, y mi madre estaba vestida y estaba a punto de irse a trabajar. Le pregunté que cómo estaba, y ella me contestó que ya estaba mejor, aunque se notaba algo febril. Le dije que se podía quedar un día más en cama, pero ella no hizo caso a mi proposición, y se fue a trabajar.
Cuando Carla apareció en la cocina, se quedó con la boca abierta al verme su camiseta en mi cuerpo.
- ¿Qué narices haces con mi camiseta? – dijo exaltada.
- No encontraba nada, y como esta me gusta mucho... – dije intentando parecer melosa.
- Pero a mí me da igual que te guste. Quítatela ahora mismo.
- Déjamela, por favor.
- He dicho que no. – gritó de nuevo.
- Déjasela, Carla. ¿Qué te cuesta? A ti nada, y a ella le haces feliz. – dijo Isaac intentando ayudarme.
- Está bien. Pero que sea la última vez, ¿de acuerdo?
- Gracias, Carla. – fui a darle un beso, pero ella se apartó con cara de asco. Carla seguía sin cambiar.

Como todas las mañanas, Eric fue a por Carla. No podía entender cómo podían ir juntos al instituto. Ambos ya no se gustaban. Pero todo esto se hacía por no perder la popularidad de ambos dos. Casi todas las chicas deseaban a Eric, y lo mismo ocurría con Carla. Eran la pareja más deseada y la más envidiada. Y eso tenía que permanecer inalterable.
Isaac sacó su moto, como era habitual ya de todas las mañanas, y ambos nos fuimos de camino al instituto. El camino se me hizo demasiado corto. Pensaba en Edgar y en la conversación que tuvimos el día anterior por Messenger.

Entré en clase. Nanni y Auro ya estaban sentadas, y juntas, por lo que me tuve que sentar sola. Dejé mi mochila en la silla de al lado, por si alguien tenía intención de sentase a mi lado, como podía ser Edgar o Fanny. Pero enseguida vino Cynthia, y me pidió si podía apartar la mochila, ya que se quería sentar conmigo. Acepté encantada.
- ¿Qué tal en la fiesta? – me preguntó cuando el profesor de Historia empezó a hablar de la Segunda Guerra Mundial.
- Bien, bien. – mentí.
- Desde que me dijiste que Ben quería hablar conmigo, luego ya no te vi.
- Ni yo a ti tampoco. Y por cierto, ¿con Ben qué? Porque dijo que se quería liar contigo, ¿no?
- Sí. Al final nos liamos. Pero vamos, nada serio. Ya sabes, todo lo que pasa en esas fiestas es por el efecto del alcohol. – la frase que Cynthia acababa de decir, me recordó a lo que Edgar me había dicho por el Messenger. Se había liado con Fanny, pero él no se acordaba.
- ¿Crees que una persona, si va muy, muy borracha… puede hacer algo y no acordarse? – pregunté queriendo saber la respuesta de ella.
- Claro que sí. Cuando te has pasado bebiendo, llega un punto en el que no sabes ni lo que haces ni lo que dices. Y luego no te acuerdas de nada. A mí me pasó eso en un sábado que estuvimos haciendo botellón en el parque.
- ¡Qué triste! – dije mientras disimulaba haciendo creer al profesor que estaba tomando apuntes de lo que estaba diciendo.
- Si, muy triste. – ella me imitó. – Oye… - dijo al cabo del rato. - ¿Tú no te liaste con Eloy?
- ¿Cómo te has enterado?
- Esa pregunta no se hace. En esas fiestas todo lo que pasa, al día siguiente lo sabe todo el mundo, por eso te tienes que cuidar bastante. Y aún así… - dijo mientras miraba a Edgar.
- ¿Es qué también sabes lo de Edgar? – pregunté intrigada.
- Claro. Sé con quien estuvo cada uno. Lo que no entiendo es cómo pudo liarse otra vez con Fanny. Esa chica es repugnante. Es muy mala.
- ¡No me lo jures! A mí casi me pega porque Edgar me dio un día un beso en la mejilla.
- Lo sé. También lo vi. – me sonrió. Yo hice lo mismo. – Desde siempre le ha gustado Edgar. Consiguió salir con él, pero tan solo duraron unos meses. Ella le dejó por otro, pero luego se arrepintió bastante. Edgar estuvo muy pillada por ella cuando estaban juntos. Pobrecillo.
- A mí no me da ninguna pena. Edgar es el típico chico que va de flor en flor, y esos chicos yo no los aguanto.
- Pero antes él no era así. Empezó a ir de chica en chica cuando lo de Fanny. Como te he dicho lo pasó muy mal, pero yo le ayudé a olvidarla. – ella me sonrió, pero mi sonrisa salió algo forzada.
Enseguida llegó la hora del recreo. La hora de juntarnos todos en la cafetería, aunque no era lo que yo deseaba. Prefería estar con mis amigas en el banco de siempre. Se lo dije a ellas, y aceptaron encantadas. Le conté a Nanni que Carla se había liado con Hugo el día de la fiesta. Nanni ya lo sabía, y también sabía que ayer se estuvieron viendo. Se lo había contado Auro. Nanni estaba contenta porque así pensaba que Carla se olvidaría de Eric, y ella podría ir a conquistarlo. También le conté a Auro lo que Isaac había dicho de ella cuando estaba con Dani en la habitación de mi hermano.
- ¿Es verdad lo que me estas contando, Leire?
- Claro que es verdad, te lo juro. Los escuché ayer. Y me dio una alegría…
- O sea, que le gusto. – dijo levantándose del banco y poniéndose a bailar con un acompañante imaginario.
- Si, le gustas. Pero por favor, para de hacer eso. – le dije mientras las tres nos reíamos.
- ¿Y por qué narices no me dice nada? Desde la fiesta no me ha dirigido la palabra, ni siquiera un “hola”. Nada de nada. ¿Por qué será eso?
- No lo sé. Pero ya sabes que los tíos son así. – contestó Nanni como una marisabidilla. – Les encanta hacerse los duros aunque se estén muriendo por tus huesos.

Todas suspiramos acordándonos cada una del chico que nos gusta, pero ninguna añadió nada más al respecto. Estuvimos durante todo el recreo hablando de Auro y de Isaac. Ella no paraba de darle vueltas a la cabeza, aunque yo intentaba que no lo hiciera.
Sonó el timbre para ir de vuelta a las clases. Cuando estábamos entrando, me topé con Fanny que también estaba entrando. Nos lanzamos una mirada desafiante, y ella sonrió maliciosamente.
Cuando salimos de clase, vi como Fanny y Edgar se quedaban un poco más de tiempo en clase para hablar. Eso me mosqueó bastante. Pero no podía hacer nada. Era ella la que había ganado la apuesta y era yo la que me tenía que alejar de Edgar.


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