miércoles, 30 de diciembre de 2009

La ropa es muy importante.

Llegamos al centro comercial. Durante todo el camino estuve hablando con Nanni y Auro de diversos temas, y se me pasó el trayecto volando.
Dafne, Cynthia y Carla dijeron que iban a ir a comprarse algo de ropa para el botellón. Los chicos ya se habían encargado de decirles el plan para la noche del sábado. Nosotras decidimos hacer lo mismo, así que nos fuimos con ellas. Los chicos, en cambio, se fueron a los recreativos a echarse alguna partida a los bolos.
Las seis nos fuimos a varias tiendas de ropa. Vimos como Carla y las demás se probaban unos vestidos de infarto. Me dio envidia. Yo también me quería comprar algo que dejara boquiabierto a Edgar, pero si mi madre me veía con algunos de esos vestidos, seguro que hacía que me lo quitara.
- ¿Cómo me queda? – Carla salió de uno de los probadores con unos leguins negros de cuero y una camisera larga muy ajustada que dejaba a la luz todas sus curvas. Se dio media vuelta. Saltaba a la vista su figura. En los pies llevaba unos tacones de ensueño. Me encantó.
- Te queda genial, Carla. – le dije.
- Lo sé. ¿Crees que me lo debería de comprar?
- Si luego me lo vas a dejar todo… ¡por supuesto! – sonrió y se metió en el probador de nuevo.

Dafne se compró un vestido muy atrevido y Cynthia una falda bastante corta. Yo no quería comprarme nada. Aún tenía en el armario ese vestido rojo bastante corto que todavía no había estrenado. Veía un poco de avariciosa comprarme algo cuando todavía ese vestido no lo había usado. Además, tenía ganas de ponérmelo. Quería ver la cara que ponía Edgar cuando me viera aparecer con ese modelito.
Carla salió de esa tienda con las manos repletas de bolsas. Le encantaba comprarse ropa. Esperaba que luego parte de esa ropa me la dejara. Gastábamos casi la misma talla, y nos podíamos intercambiar las prendas.
Fuimos a los recreativos, donde se encontraban los chicos. Algunos estaban jugando a los bolos, otros, en cambio, se entretenían jugando al futbolín o al billar. Dejamos las cosas en unas sillas y nos pusimos a mirar como jugaban. Me estaban entrando ganas de jugar con ellos al billar, así que me levanté y me puse al lado de Isaac y Edgar, que eran los que estaban jugando en ese momento.
- ¿Cómo vais? – pregunté.
- Voy ganando. – me contestó Edgar. – Como siempre.
- De eso nada. – se quejó Isaac. – Aún puedo ganarte.
- Si, no sueñes… - ambos rieron. Yo no entendí el por qué de esa risa, pero me uní a ellos.

Me levanté y me dirigí hacia la pista de bolos. Allí estaban el resto de los chicos y todas las chicas. Cogimos unos zapatos que fueran de nuestro número, y en varias pistas, empezamos a jugar. Pronto se agregaron Edgar e Isaac.
Después de pasar casi una hora jugando a los bolos, decidimos volver a casa. Ya era cerca de la hora de comer, y los padres no debían saber que nos habíamos saltado las clases. Con malas caras y un poco de tristeza, cogimos nuestras mochilas y demás cosas y nos dirigimos hacia nuestras casas.
En el camino, los chicos no paraban de hacer tonterías y de empujarse los unos a los otros. En cambio, las chicas los mirábamos extrañadas y nos reíamos de la situación. Cerca del instituto, nos despedimos todos, y Carla, Isaac y yo nos dirigimos hacía casa.
- Ni una palabra a mamá, ¿eh? – dijo Carla mientras guardaba las bolsas con la ropa en su mochila.
- Eso estaba claro. En este marrón estamos metidos todos, y esto debe llevarse a la tumba. – dijo Isaac. Yo asentí con la cabeza.

Entramos todos a casa. Dejamos las cosas cada uno en nuestra habitación y bajamos a la cocina a comer. Mi madre, como todos los días, tenía ya la comida preparada.
- ¿Qué tal os ha ido el día? – preguntó una vez estábamos todos sentados en la mesa.
- Bien, muy bien. – contestó Isaac mientras se llevaba a la boca una gran cucharada de arroz.
- Me alegro. Espero que estéis estudiando y llevéis los deberes y las obligaciones al día, ¿eh?
- Si, no te preocupes mamá. – la tranquilizó Carla. No podíamos decirle que nos habíamos saltado las clases. Nos reñiría. Y lo peor de todo: seguro que nos castigaría.
Después de comer subí rápidamente a mi cuarto a hacer los deberes que habían mandado las tres primeras horas de clase. Mi madre me había removido la conciencia. Además, no era normal que hubiéramos faltado a clase seis personas. Seguro que al día siguiente los profesores nos preguntarían donde habíamos estado. Debía de inventarme una buena excusa. Sobretodo que fuera creíble.
“Toc, toc”. Carla entró inmediatamente después. Llevaba puesto la ropa que se había comprado esa misma mañana. Le encantaba probarse la ropa que se había comprado para ver que le quedaba realmente de infarto. Dio un par de vueltas sobre si misma.
- ¿Qué te parece?
- Ya te lo he dicho esta mañana en la tienda…estás estupenda. Me encantan esos leguins. – sonreí.
- Lo sé. No te preocupes, que te los dejaré. ¿Y tú que te vas a poner? – me levanté de la silla del escritorio y le saqué de mi armario el vestido rojo que aún conservaba la etiqueta. – Es precioso, ¿cuándo te lo compraste?
- Este verano, pero a escondidas de la mamá. Luego quise devolverlo porque no estaba del todo segura que me lo fuera a poner, pero se me había pasado el tiempo de devolución, y me lo tuve que quedar.
- ¿Devolverlo? ¡Estás loca! Es fantástico. Pues porque no sabía que tenías este vestido, sino ya te lo hubiera quitado un par de veces. – volví a sonreír. Era raro que a mi hermana le gustara algo mío. Además, eso era un sello de seguridad, ya que Carla iba totalmente a la moda. - ¿Qué zapatos te vas a poner?
- Pues no lo sé. Quizá unas bailarinas.
- ¡No! – dijo casi chillando. – Espera, ahora vengo. – salió de mi cuarto, pero en tan solo un par de minutos estaba de vuelta con unos zapatos negros con un tacón de 7 centímetros en sus manos. - ¿Qué te parecen?
- Son preciosos.
- Pues para ti, te los doy. Hace tiempo que no me los pongo. Los he utilizado mucho, aunque como verás están como nuevos. – y tenía razón, a penas llevaban ningún arañazo.
- Gracias, Carla. – me abalancé sobre ella y le abracé. Ella me correspondió el abrazo.
- De nada, enana. Aunque estoy viendo por momentos que te me haces mayor. – las dos sonreímos.

Salió de nuevo de mi habitación, pero esta vez no volvió. Llevaba los zapatos en una mano y el vestido en la otra. ¿Por qué no me lo probaba? Me quité toda la ropa que llevaba y me puse el vestido con los zapatos. Me miré al espejo. Estaba muy atractiva. El vestido era extremadamente corto y dejaba al descubierto mis bonitas piernas. También lucía espalda, ya que era palabra de honor. Estaba claro que mi madre no me iba a dejar salir así de casa, así que supuse que me tendría que llevar el vestido a casa de Auro y cambiarme allí, como hacía un par de sábados.
La puerta se abrió de golpe. Era Isaac. Al verme con aquel impactante vestido se quedó con la boca abierta. Salió de la habitación y volvió a entrar.
- Pues si, es la habitación de mi hermana pequeña. Pensé que me había equivocado. – reí.
- No, no te has equivocado.
- ¿Cuándo te vas a poner eso?
- Creo que este sábado, sino me arrepiento antes, claro.
- Por favor, no te arrepientas. – Isaac se sentó en la cama y sacó un cigarro del paquete de tabaco que llevaba en el bolsillo derecho.
- No me gusta que fumes, y menos en mi cuarto.
- Lo siento. – se levantó, abrió la ventana y se puso con la mano fuera de ésta. – Ya está.
- Gracias.
- ¡Madre mía! No me quiero imaginar la cara que pondrá Edgar cuando te vea con ese vestido rojo pasión.
- Espero que le guste.
- ¿Qué le guste? Vamos, te va a dejar seca. – los dos reímos a carcajadas.
- Ojala.
- Ay mi enana que ya empieza a pensar en…
- ¡Isaac!
- ¿Qué?
- Calla.

Isaac se me quedó mirando pero no me dijo nada más. Estuvo conmigo hasta que se acabó el cigarro. Quería quitarme el vestido, pero con él allí mirándome no lo iba a hacer. Así que me esperé a que saliera de mi habitación.

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