miércoles, 29 de septiembre de 2010

Él no se va a enterar, mamá

En cuanto terminamos subí a mi habitación. No tenía ganas de hablar con nadie, tan solo de estar sola y pensar en mis cosas. Encendí el ordenador y casi sin darme cuenta me metí en el fotolog de Edgar. Había renovado su foto. Ahora resplandecía una foto de Fanny comiéndose un chupa-chups. En el pie de foto ponía que ella era lo mejor que le había pasado en la vida, y aunque habían tenido sus más y sus menos no pensaba dejarla nunca. Se me derrumbó el mundo. Lo que me faltaba.
Salí de la página y apagué el ordenador. No quería saber nada más de ese chico ni de su relación con ese personaje, porque Fanny era eso: un personaje. No se la podía llamar de otra manera.

Me tumbé en la cama. Me había quedado sin ganas de hacer nada. Miré la mochila que había dejado al lado del escritorio. Enseguida caí en que la profesora de matemáticas nos había mandado algunos problemas para hacer en casa. En ese momento un montón de recuerdos pasaron por mi cabeza. Como aquel día, algunos días después de que Edgar y Fanny se liaran en la gran fiesta, mi hermano me convenció para que Edgar pudiera venir a casa a que yo lo explicara los problemas de matemáticas. Y yo, tonta de mi, accedí, y como no. Ese día fue el día, el día en el que él se me declaró y me dijo que desde siempre se había fijado en mí. Y yo, como una tonta, de nuevo, me lo creí. ¡Ay! Pero ahora todo eso pertenecía al pasado, a un pasado que parecía muy, muy lejano.

De repente algo me sobresaltó. Reconocí esa melodía. Estaba sonando mi móvil. Me levanté corriendo de la cama, y rebusqué en la mochila, ya que el móvil aún se encontraba ahí. Empecé a sacar libros y libretas, pero el móvil no aparecía, hasta que por fin lo encontré, en el fondo. Cuanto antes quieres encontrar una cosa, parece que más escondida está.
No me dio tiempo a mirar quien era el llamante. Lo cogí inmediatamente.

- ¿Sí? – dije.

“Pi, pi, pi”. Habían colgado. Miré el número. No lo conocía. No me sonaba de nada. Enseguida me volvió a llamar. Dejé que sonara un par de veces y lo cogí.

- ¿Diga?
- ¿Leire? ¿Eres tú?
- Sí, claro que soy yo. ¿Quién eres?
- ¿No me reconoces la voz?
- Lo siento, pero no.
- Soy Dani, el primo de Auro.
- ¡Dani! – me senté en el borde de la cama. – ¿Cómo estás? Desde el sábado que no sé nada de ti.
- Sí, lo sé. Estoy muy bien, gracias. ¿Y tú? ¿Cómo te encuentras después de todo lo que pasó el sábado noche?
- Mejor, ya estoy algo mejor. – mentí. – Pero mejor no hablemos del tema. Por cierto… - dejé unos segundos de silencio. - ¿Quién te ha dado mi número?
- Mi prima, aunque me ha chantajeado.
- ¿Qué te ha dicho?
- Que si quería tu número le tendría que comprar todos los días que saliera el botellón.
- Y por lo que veo te ha convencido, ¿no?
- Sí, eso parece. – los dos reímos. – Bueno, te llamaba para decirte algo.
- Ya sabía yo que algo tramabas. – los dos reímos de nuevo.
- Era por si te apetecía que esta tarde nos fuéramos al cine o a tomar algo. – se me iluminó la cara.
- ¡Me parece estupendo! Me apetece salir contigo. – pensé en las palabras que acababa de decir. Esperaba que él no las hubiera malinterpretado.
- Entonces no hay nada más que hablar. ¿Te viene bien que te recoja a las seis?
- Hecho. Aquí te espero. Un beso Dani.
- Adiós.

Colgué. Me tiré para atrás en la cama. Dani me acababa de pedir ir al cine. Los dos. Solos. Miré el reloj. Eran las cuatro.
Me levanté de un brinco. Si me iba a ir al cine, iba a perder toda la tarde, por lo que tendría que hacer en ese momento los problemas de matemáticas. Así que me puse a hacerlos.
En un momento los tenía hechos. Mi hermano tenía razón. Era una máquina en las matemáticas. Da igual lo que me echaran, todo lo hacía bien y en un momento.

Me levanté del escritorio y abrí el armario. Tendría que cambiarme de ropa, no iba a ir con lo mismo que había llevado esa misma mañana. Pero… ¿qué me podía poner? ¿Unos pitillo? ¿Una falda? ¿Qué le gustaría más a Dani?
Me quedé paralizada. ¿De verdad me estaba preocupando qué ropa le podría gustar más a Dani? Empecé a preocuparme. Tan solo era Dani, un amigo, ¿o quizá era algo más? No, solo era un amigo, e iba a salir con él al cine, pero solo en plan amigos. Yo no quería nada más con él, pero entonces… ¿por qué me estaba preocupando tanto este tema si lo tenía tan claro?
Dejé de pensar y cogí lo primero que pillé del armario: unos pantalones cortos y una camiseta de manga corta. Así iba bien para la cita. ¿La cita? ¿Pero en qué diantres estaba pensado? No era una cita, simplemente eran dos amigos que se llevaban bien y que iban a quedar para ir al cine, punto y final.
Me cambié de ropa y me bajé al salón con mi madre. Estaba allí viendo la televisión, como todas las tardes. Siempre tenía algo que ver: o algún programa de cotilleo o sino una novela servía para pasar parte de la tarde descansando y sin hacer nada. Al ver que me había cambiado de ropa, no pudo disimular su extrañeza.

- ¿Te has cambiado de ropa, verdad?
- Si, mamá. Es que voy a salir.
- ¿Estamos a lunes y ya vas a salir? Ya sabes que no me gusta que salgáis entre semana.
- Solo voy al cine, mamá. A la hora de cenar voy a estar aquí, así que tranquila.
- ¿Y con quién vas? ¿Con tus amigas?
- No, mamá. No voy con Auro y Nanni. He quedado con Dani.
- ¿Dani? ¿Quién es Dani?
- Parece mentira que no le conozcas. Pues es el primo de Auro, y ha estado en casa muchas veces, mamá. Es amigo de Isaac.
- Dani, Dani… - mi madre se quedó un par de segundos en silencio, pensando si conocía a Dani. – Pues ahora mismo no caigo quién es ese chico.
- Va a venir ahora a recogerme, así que… - dejé la frase sin terminar.
- Pero… ¿y cómo es que vas a salir con él si es amigo de tu hermano?
- Pues porque también es mi amigo.
- ¿Y eso no le molestará a Edgar? - me quedé de piedra. ¿Cómo sabía mi madre eso?
- ¿Por qué le tiene que molestar a Edgar?
- No sé, cariño, como siempre ha sido el chico que te gustaba y últimamente estabais así, así pues… - ahora sí que me había quedado de piedra. Mi madre desde siempre había sabido que Edgar era el chico que me gustaba, pero no sabía de dónde se había sacado todo lo demás.
- No creo que Edgar se enteré. – el corazón se me aceleró. No me gustaba mentirle a mi madre, pero estaba claro que no le iba a contar toda la verdad. A mi madre no le gustó para nada esa contestación.

Llamaron al timbre. Me despedí de mi madre prometiéndole unas mil veces de que a la hora de la cena iba a estar en casa. Ella se quedó algo conforme, aunque no del todo.


Safe Creative #1009217397827